Una calle de Lima durante la cuarentena. (GEC)
Una calle de Lima durante la cuarentena. (GEC)

Temo que las ganas de acabar con el confinamiento y pasar la página nos estén llevando a relajarnos de más. Después de casi dos meses, comienza a ganar la sensación del “ya estuvo bueno”, que se ha acentuado con la publicación de la norma para reanudar actividades económicas. Todos queremos pasar a algo más, pero la realidad es todavía muy incierta y peligrosa.

Para empezar, el DS publicado ayer no marca el inicio de la Fase 1 de reactivación ni autoriza el inicio de las actividades económicas. Sí menciona las actividades prioritarias y faculta a los ministerios a disponer, mediante resolución y previa opinión favorable del MINSA, una fecha de reapertura, aunque sin especificar plazos ni establecer cómo se supervisará el cumplimiento de los lineamientos de salud, protocolos sectoriales y planes para evitar la propagación del virus en los sectores que entren en funcionamiento. No se trata solo de tener voluntad, sino de hacer las cosas bien.

Existe una presión fuerte por reabrir la economía, lo que es comprensible. Ya estamos sumergidos en la mayor crisis financiera que hayamos vivido desde la Guerra del Pacífico, cuyos efectos muchos recién van a sentir. Aun así, mejor andar lento, pero seguro. El caso de Antamina tendría que habernos enseñado algo: incluso con protocolos en marcha, se registraron más de 200 contagiados.

En su afán por apurar la apertura, leo a algunos decir a secas que la cuarentena no ha funcionado. Evidentemente no ha sido perfecta. ¿Pero se imaginan lo rápido que hubiesen colapsado los hospitales sin ella? Contaríamos las muertes por miles, mucho más de las casi 1,300 que ya tenemos y las que aún faltan llegar, como todas las proyecciones anuncian.

No perdamos perspectiva: este no es el final de la crisis sanitaria. Parafraseando a Churchill, ni siquiera es el principio del fin. A lo mejor es el final del principio.