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El control de precios no es malo, es pésimo

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No se verán beneficiados aquellos trabajadores cuyo hogar haya recibido algún otro subsidio del Estado. (Foto: GEC)
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¿Cómo hacemos para que los congresistas entiendan que, cuando el precio de algo sube, se incrementará la oferta de ello, y que cuando se incremente la oferta, su precio bajará? A ver si me ayudan, ¿qué tiene esto de inhóspito para ellos? Se lo han explicado en todos los tonos y formas, y más claros y didácticos no pudieron ser.
Un ejemplo fue el de las mascarillas. Existió una demanda en el mercado fuera de lo normal y ella produjo, inmediatamente, dos señales casi eléctricas en el sistema de precios de mercado. Una hizo subir su precio y la otra, producir y hacer aparecer en el mercado otra oferta, también fuera de lo normal, de mascarillas. El resultado fue mascarillas por doquier y, como es elemental, el derrumbe de su precio.
Si por desventura, ignorancia, mala leche o simplemente estupidez, se realiza control de precios de mascarillas, lo que se hace es cortar los cables de comunicación de su sistema de precios, bien instalados y conectados en la sociedad. Se logra un estropicio tan grande como quitar la gravedad a las cosas, separándolas del cauce que tienen en la red de transmisiones de compras y ventas de una sociedad, produciendo un despelote mayúsculo. Al vendedor le destruyen sus costos y proyecciones, lo dejan en el aire y sin referencias, no sabe dónde está y menos aún dónde estará. Al comprador le inyectan incentivos perversos de compra a mansalva porque sabe que se va a terminar y, cuando se termine, la mascarilla más cara será la que no exista.
“El mercado es la mejor cadena de solidaridad que se extiende progresivamente y llega hasta los últimos confines del ser humano”. Perdóneme, Juan Pablo II, el mercado no entra en la cabeza de los congresistas.
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