Una parte del mundo popular de ‘las Limas’ se acaba de movilizar contra los cupos y las extorsiones. Quedan deshechas o derribadas las tesis de aquellos sociólogos y académicos que aún sostienen que ese mundo popular (emergente, ancho y ajeno) es permisivo con la transgresión y puede convivir con el incumplimiento del Estado de derecho. La realidad, como decían los comunistas chinos junto a Mao, es el único criterio de la verdad. Lo explico.
Con el primer albertismo (que va desde 1990 hasta 1995) tuvimos a nuestro propio Milei. Fue un Milei a la enésima potencia. La historia dirá que Milei nunca pudo sacar adelante su ley ómnibus con más de 300 reformas. La historia dirá también que Alberto sí lo hizo. Pero hubo aquí un Milei y no un Bukele. Hubo un ordenamiento de la salud económica y la salud democrática (la derrota del terrorismo marxista); pero no hubo un ordenamiento de la convivencia social y de la informalidad.
Días atrás, tanto Milei como Bukele se presentaron en las Naciones Unidas. El primero sacralizando al mercado; el segundo ha marcado en negrita la necesidad de un Estado fuerte, un Estado que ejerce el legítimo monopolio de la violencia, que ponga orden. Milei y Bukele no son lo mismo.
Todo parece indicar que el mundo emergente y popular reclama más Estado. Ojo, no reclama el burocratismo salvaje del Estado, tampoco reclama un Estado “petroperuanizado” (de empresas estatales); reclama el Estado weberiano. Relativizando a Comte, “sin orden no hay progreso”. Reclama hoy un Estado “bukelista”, si cabe el sintagma.
La criminalidad avanza sin respuesta y afecta ahora a todos los empresarios, pequeños, medianos y grandes por igual. En Pataz, por enésima vez acaban de atentar contra Poderosa, una empresa minera. Los empresarios transportistas, de ese Perú popular y emergente, que han salido a protestar contra la inseguridad, sienten el arma en el cogote. La epidermis social de este mundo popular y emergente se empieza a resentir.
Esta movilización tiene varias interpretaciones políticas. La izquierda, que se jacta siempre de representar los intereses populares, no está donde está la movilización. La movilización no es a favor de una nueva constitución o por la liberación de Pedro Castillo. Otra lectura: en el fondo, también y aunque no se diga a viva voz, la movilización es por la formalización del transporte público, tarea pendiente de un nuevo gobierno que tendrá que hilar fino.
Así pues, cuando me pregunto si viene o no Bukele no es exactamente una copia del salvadoreño. Me refiero a que el “espíritu del momento” peruano demanda un Estado fuerte, un Estado “bukeliano”. Hay “momentos de plástico”; momentos donde todo se puede moldear. Quizá este sea también ese momento.