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Sueldo mínimo, informalidad máxima
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El Gobierno anunció que planea aumentar el salario mínimo y, ante tan popular medida, se deben de eliminar todas las falacias y sofismas que los populistas le adhirieron para promocionarla.
En primer lugar, el salario es un precio, al igual que el de otros productos que vendemos o compramos. Sin embargo, muchos políticos y economistas pretenden fingir que no actúa como tal por el hecho de estar vinculado al trabajo de una persona. Pero a la economía no le interesa si esa cifra es el precio de un producto o el sueldo de una persona, al igual que para la física, la gravedad no distingue si lo que atrae al suelo es un humano o una piedra. Por ello, resulta nocivamente ilógico pretender que el precio de un trabajo actúe distinto a otros precios en un mercado.
Pero siguiendo la lógica de los defensores de la RMV y suponiendo que se eliminó la informalidad, ¿se habrán dado cuenta de que, si ninguna empresa valora el trabajo de una persona en 930 soles, esta quedará desempleada permanentemente, aunque esté dispuesta a recibir menos que la RMV, porque el Estado decidió ilegalizar toda remuneración inferior? Y es por ello que la informalidad existe como una alternativa a la arrogancia de esos burócratas que no entienden que, como dijo Hazlitt, los salarios reales se originan en la productividad, no en decretos.
Entonces, aumentar salarios, sin aumentar la productividad, es golpear, no a los empresarios, sino a los trabajadores sin experiencia ni conocimientos que los políticos dicen defender. Porque no podrán competir por el mismo salario contra alguien que sí tiene experiencia y conocimientos. Así es como las buenas intenciones condenan a miles de peruanos al desempleo y a la pobreza, y a la gran mayoría informal a trabajar en una realidad que el Gobierno finge que no existe.
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