En 2018, la tasa de crecimiento en Estados Unidos fue del 2.9 %. Para este año, la FED rebajó sus previsiones el pasado mes del 2.3% al 2.1%. (Foto: EFE)
En 2018, la tasa de crecimiento en Estados Unidos fue del 2.9 %. Para este año, la FED rebajó sus previsiones el pasado mes del 2.3% al 2.1%. (Foto: EFE)

Decía un reciente artículo de Bloomberg que EE.UU. es cada vez más dos países en uno: el desarrollado para los ricos y el subdesarrollado para los pobres. El país con el gasto en salud más alto del planeta (16.4% del PBI) y uno de los pocos en que la esperanza de vida al nacer y la tasa de mortalidad materna vienen empeorando desde hace cinco años. El único país industrializado que no tiene seguro de salud universal. El decaimiento de la infraestructura, el tamaño relativo de la población presidiaria, la tasa de crímenes violentos, la contaminación con plomo del agua en algunas ciudades son otros de los síntomas que, en general, no se presentan en países tan ricos como EE.UU.*

Para evaluar si un país progresa, las primeras variables que examinamos los economistas son el crecimiento del PBI y la distribución del ingreso. Es claro que cuando un país se estanca, se polariza la política, pero lo mismo ocurre en un país cuya distribución del ingreso se deteriora incluso aunque siga creciendo. En las últimas cuatro décadas, el 1% más rico de la población estadounidense ha elevado su participación en el ingreso total del 8% al 17%, mientras que lo que llega a la mitad de abajo ha caído del 26% al 18%.

La novedad es que el proceso de empobrecimiento relativo de esa mitad ha afectado no solo a las minorías, sino a un espectro amplio de trabajadores ‘de cuello azul’ de la mayoría –el ‘blanco pobre’ del poema de Nicomedes Santa Cruz–, sobre todo los pobladores del llamado ‘rust belt’, el antiguo cinturón industrial que abarca el medio oeste y la región de los grandes lagos –Indiana, Michigan, Pensilvania, Ohio, West Virginia, Wisconsin–, cuya competitividad se ha visto erosionada con la globalización frente a la competencia de China y otros países asiáticos; justo los estados que dieron la victoria a Trump.

El nivel de vida de una parte importante de los trabajadores de estos estados lleva tiempo estancado. Se ha desarrollado, además, una epidemia de abuso de opioides y un aumento en la tasa de suicidios. La respuesta de los gobiernos federal y estatales ante este proceso ha sido de una pasividad pasmosa, lo que contrasta con el activismo de la Unión Europea en impulsar inversiones en infraestructura, reconversión industrial y capacitación en regiones atrasadas o en crisis; algo que sorprende siendo EE.UU. un estado unitario y la UE una asociación de 28 países soberanos.

Los políticos populistas nunca solucionan nada cuando llegan al poder, pero tienen una habilidad especial para explotar las penurias de la gente para cosechar votos. En tiempos difíciles, el discurso populista desde la derecha siempre ha sido contra inmigrantes y minorías, y desde la izquierda contra el mercado y la propiedad privada. En las últimas elecciones de EE.UU. –y puede ser que en las siguientes–, Donald Trump desde la derecha y Bernie Sanders desde la izquierda; en el Reino Unido, los del Brexit de un lado y Jeremy Corbyn del otro; en España, Vox y Podemos; en Italia, La Liga y Cinco Estrellas, sorprendentemente socios de gobierno.

*Un país rico con síntomas de subdesarrollo: https://www.bloomberg.com/opinion/articles/2019-02-21/u-s-is-a-rich-country-with-symptoms-of-a-developing-nation.

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