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Dos más y… ¿nos vamos?
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Teodocia Méndez había venido a Lima para que curasen a su hijo de tres años. No lo atendieron. La cuarentena le quitó lo poco que tenía y, sin esperanza, empezó a regresar a su provincia a pie, con hambre, con frío, con riesgo de muerte. Hasta aquí todo es verdad. Luego unos diarios reportaron que el niño había muerto en los brazos de su madre caminante. Por radio el llanto de la madre era desgarrador. Por un tiempo la madre fue heroína y su hijo el primer mártir de la desgracia. En un programa de televisión, la periodista enrostró a la ministra que era culpable de esa muerte. Pero no era verdad. El niño no había muerto. La madre desapareció para no dar explicaciones. Los diarios rectificaron y la periodista se disculpó. No era verdad, pero lo creímos. ¿Por qué?
La explicación más sencilla es que, aunque falsa, la noticia era verosímil. Lamentablemente, por el nivel de la crisis sanitaria, la negligencia de la burocracia mata. Así que si el niño no murió, es posible que en otros casos similares otros niños puedan morir. Pero hay otra explicación. Estamos desconcertados. No sabemos cómo superar el virus, ni cuándo va a terminar la cuarentena, ni cuánto vamos a perder por la recesión, ni dónde estaremos cuando todo esto pase. Además, lo que vivimos es nuevo, no hay precedentes. Esa incertidumbre no permite interpretar lo que sucede. Por eso ensayamos explicaciones sin mucho sustento. Para desgracia, hay desborde social, porque la frustración acumulada es muy grande y la necesidad de salir a trabajar ignora los riesgos de salud. Ese desborde evidencia dos cosas fatales: no se cumple la ley ni se obedece a la autoridad. El riesgo es que aparezca en el horizonte el desgobierno, porque vamos a necesitar del Estado para que lidere nuevas políticas públicas y financie la reconstrucción de la economía.
Así que la cuarentena ha generado dos patologías sociales: la incertidumbre y la falta de autoridad. Contra la incertidumbre, transparencia y prudencia. Contra el desgobierno, leyes sensatas. Se dice fácil, pero no lo es. Ha llegado el momento de que el Gobierno sea lo que los clásicos llaman “un buen padre de familia”. Debe tomar las decisiones que salven al hijo, aunque de momento no sean populares. Dos semanas más de cuarentena son durísimas. El Gobierno debiera ser compasivo con los que ya no la soportan. Vale para las personas, pero también para las empresas. No solo subsidio. Hay que estar con ellos para decirles que sí importan, que no los olvidamos. A nosotros nos toca apoyar, aunque no guste.
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