La muerte de Fidel Castro el pasado viernes nos ha ofrecido una oportunidad insuperable de poner a prueba la vigencia y alcances de la objetividad. O, si prefieren, transparencia. Una figura histórica de la relevancia y longevidad de Castro, que ha despertado pasiones en adeptos y adversarios por igual durante más de medio siglo, suponía un examen extraordinario para medios y periodistas de todo el mundo. Por supuesto, la mayoría fallamos de forma bochornosa. Ya sea por filiación ideológica, por corrección política, por credulidad adolescente o directamente por deshonestidad, buena parte de los artículos, perfiles y obituarios suspendieron la prueba de la transparencia.