Imagen del mes de mayo de 2020. La gente camina en una calle en Wellington.  (AFP/Marty MELVILLE).
Imagen del mes de mayo de 2020. La gente camina en una calle en Wellington. (AFP/Marty MELVILLE).

Durante décadas el mundo se definió por la fluidez. Ideas, productos, servicios y personas se desplazaron cada vez más frenéticamente. Las fronteras parecieron esfumarse en todos los niveles, desde aquellas que definen los Estados hasta las que distancian a los individuos unos de otros. Tocábamos todo y nos tocábamos todos. Obviamente, en esa orgía de circulación inagotable seguían bullendo conflictos raciales y religiosos, así como groseras desigualdades y miseria. Pero como que el canon aceptado y consagrado era cada vez más adquirir, viajar, producir.

Un modo de vida predominantemente ofensivo, en el sentido en que un equipo de fútbol lo es: buscar el gol sin cesar, privilegiar a los atacantes, siempre camino al arco del adversario. Algunos dirán que igualmente es ofensivo en la acepción de ofender: al medio ambiente, por mencionar algo que todos tenemos en mente.

Eso se paró en seco.

Y aunque la contención del virus en sus distintas variantes —las hay para todos los gustos— permita el regreso de la iniciativa y el emprendimiento, y aparezca un tratamiento o una vacuna, tengo la impresión de que va a predominar una forma de vivir esencialmente defensiva: desplazamientos llenos de peajes sanitarios entre diferentes espacios —nacionales, regionales, distritales—, interacciones sociales marcadas por la distancia, signadas por el chequeo de antecedentes, más bien desconfiadas; y un predominio de las inversiones en todo aquello que proteja la salud individual y colectiva sobre el consumo.

Ojalá que se encuentren balances que preserven la integridad, pero también la tolerancia, la creatividad y las sociedades democráticas.

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