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La depresión de un copiloto
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Pocas veces la muerte tiene sentido. Muy pocas parece tan arbitraria como la que sufrieron pasajeros y tripulantes del vuelo 9525 de Germanwings. Fuera de la de Andreas Lubitz, que terminó con sus sufrimientos.
Resulta que se trataba de un hombre enfermo, con un cuadro depresivo que arrastraba desde hace tiempo, con tendencias suicidas recurrentes, por lo que había recibido tratamiento especializado.Cuando alguien realiza funciones que suponen presión, complejas, que requieren de ecuanimidad y, además, de cuyo desempeño puede depender la seguridad e integridad de terceros, numerosos, hay que tener cuidado, ¿no? Se deben poner filtros, seleccionar con cuidado, mantener controles sistemáticos.
Habrá debates intensos, judiciales y académicos acerca de la responsabilidad de la compañía y de los especialistas que trataron a Lubitz. También, investigaciones sobre los antecedentes y todas aquellas señales que pudieron ponernos en guardia y prevenir la absurda y enorme tragedia.
Una de mis actividades profesionales es evaluar a pacientes y tratarlos, candidatos a puestos de trabajo e intervenir en situaciones de crisis. Me pregunto: ¿qué hacemos con un cirujano, un policía, un juez, un presidente de la República, un psicólogo con depresión?, ¿qué pasa si la tuvieron y está en remisión?, ¿hasta dónde va el secreto profesional?, ¿cambia la cosa si fue cuando era niño, hace 5 años?, ¿cuál es el grado de depresión que invalida?, ¿qué instrumentos, diagnósticos sirven? Son preguntas que me formulo desde siempre y para las que no tengo una respuesta definitiva. La conducta humana tiene una dimensión probabilística y, por lo tanto, potencialmente catastrófica.
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