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En defensa del aburrimiento
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Cuando le proponen a un grupo de adultos jóvenes pasar 15 minutos sin hacer nada, con sus propios pensamientos, en un cuarto sin mayores estímulos y les dan la posibilidad de autoadministrarse choques eléctricos cuando ellos lo quieran y en intensidades que ellos controlan, la mayoría escoge ese extraño ejercicio de masoquismo antes que el aburrimiento.
Es indudable que la ausencia de estimulación puede ser devastadora. De hecho, literalmente, cuando se lleva al extremo, la privación sensorial es una forma muy eficaz de tortura. Los bebés lloran de aburrimiento y es posible que nuestro cerebro esté cableado para salir de cualquier situación en la que se pueda terminar anquilosando.
Pero estar con uno mismo y no hacer nada por periodos cortos es algo útil: promueve desconectarse de lo externo, mirar las cosas desde una perspectiva algo indiferente, no privilegiar nada en particular —por lo tanto, abrirse a cualquier posibilidad— y hacer conexiones entre lo que aparentemente no tiene vínculos para luego regresar al foco con una perspectiva refrescada.
Pero todo en nuestra cultura y la educación nos lleva a estar permanentemente con las manos en la masa, enfrascados en una tarea en particular, conectados unos con otros y los acontecimientos, estimulados por juegos, películas y música.
El terror frente a lo que se define como aburrimiento, el propio y el de los que nos rodean, es una característica de nuestros tiempos. Nos lleva al cansancio de ser nosotros mismos y, en fin de cuentas, disminuye nuestra creatividad y potencial de innovación. Amén de añadir al estrés que marca cada vez más la vida de todos. ¡Hay que aprender a aburrirse un poco!
http://blogs.educared.org/espaciodecrianza/
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