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De la mano de Dios
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En México 86, Diego Maradona metió un gol con la mano y Argentina eliminó a Inglaterra, a cuenta de la revancha por la guerra de las Malvinas. Luego, Argentina sería campeón. Si les preguntan qué pasó ese año, los argentinos recordarán ese mundial, ese partido y ese gol. Se olvidarán de que sufrían una dura crisis económica. Treinta años después, Raúl Ruidíaz metería otro gol con la mano para eliminar a Brasil. Pasaríamos a cuartos de final en la Copa América Centenario. También los peruanos nos olvidaríamos, por unos días, que estábamos en el conteo voto a voto para ver si PPK finalmente le ganaba a Keiko en segunda vuelta. Confrontados con la ética, la transparencia, el buen gobierno y tantos otros valores que hoy se reclaman por redes y calles, Maradona y Ruidíaz deberían haber advertido al árbitro para que anulara el gol. No lo hicieron. En cambio, celebramos la trampa y fuimos sus cómplices.
Pasa en el fútbol, pasa en la política. La ‘ley pulpín’, que proponía crear trabajo para los jóvenes, fue criticada porque violaba derechos laborales. Una vez derogada, ya no interesó discutir cómo generar empleo, porque solo se quería desacreditar a los promotores. En el referéndum propusimos no reelegir a congresistas ni aprobar la Cámara de Senadores, porque queríamos eliminar a la casta política de entonces. La consecuencia la ensayamos ahora, un Congreso de gente sin experiencia y sin una segunda cámara que revise las calenturas políticas de la primera. Vizcarra cerró el Congreso porque no le dieron la confianza para un nuevo proceso para elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional. Pero el Congreso retrocedió y, en el fondo, aceptó su pedido. Pero Vizcarra se quedó en la forma del no inicial y siguió adelante con el cierre.
Ahora el Congreso lo vaca porque formalmente reunió los votos para atribuirle incapacidad moral, aunque en el fondo hay razones para interpretar que esa incapacidad no es aplicable. El fondo siempre debería prevalecer sobre la forma, pero en todos los casos.
Ha sido un largo camino de razones equivocadas. No las confrontamos a tiempo hasta que, al final, ya no importan, porque lo que importan son los resultados. Y así llegamos a estos días difíciles, como siempre con razones equivocadas, pero esta vez el resultado ya no gusta.
Hoy, acostumbrados a las prepotencias, extrañamos las tolerancias. Es una sutil dictadura, porque la esencia de la democracia es el debate, ese elemental derecho a pensar, hablar, escuchar y decidir bien informados. También se le llama libertad.
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