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Dando vueltas en la calesita
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Moisés bajó del Sinaí con diez mandamientos y la promesa de una alianza con Dios. Hubo alegría. 40 días después la fiesta seguía, pero Dios había sido sustituido por un becerro de oro. El pueblo elegido fue condenado a errar 40 años por el desierto antes de llegar a la Tierra Prometida. En otro tiempo, Odiseo le dijo a Polifemo que se llamaba Nadie. Para huir le clavó una estaca en el ojo. Nadie me ha herido, gritaba el cíclope. Odiseo saboreaba el ingenio, pero Poseidón vengó a su hijo: lo condenó a una eternidad antes de regresar a casa con Penélope. Errantes ilustres, sin embargo, Moisés y Odiseo sabían dónde querían llegar. Pero no sabían cómo. ¿Habría sido distinto si hubiesen tenido mapa y brújula? ¿Habrían vencido la cólera divina?
Algún pecado debemos estar pagando los peruanos que llevamos siglos dando vueltas por la historia sin llegar a ser aún una sociedad civilizada. El último capítulo, esta bronca de tres años entre Ejecutivo y Congreso, ha sido, además, una estupidez mayúscula, científicamente hablando. Se dice que el estúpido no sabe lo que hace, ni sabe que daña a los demás y a sí mismo. En nuestro caso, si el daño por la autodestrucción política era evidente, ¿por qué no se corrigió a tiempo?, ¿qué faltó?, ¿qué tan estúpidos pudimos ser?
Miremos la macroeconomía, que es lo que ha funcionado bien en estos últimos 30 años. Tiene mapa y brújula: el Marco Macroeconómico Multianual. Es un conjunto de proyecciones a cuatro años. Es elaborado por un Consejo Fiscal, integrado por notables designados por el MEF. Aunque su opinión no es vinculante, su prestigio la hace obligatoria. Como es un trabajo permanente, los imprevistos se identifican a tiempo y se ajustan las proyecciones. Siempre se tiene un horizonte previsible a mediano plazo. Con esa data se fijan metas fiscales razonables.
No hay nada parecido en casi ninguna otra actividad pública. Sin marco multianual las metas son solo buenas intenciones porque no se pueden medir avances o retrocesos, ni identificar a tiempo errores para corregirlos. Tampoco se evalúan los daños o, peor aún, se ignoran. Entonces, la estupidez no ha estado tanto en la conducta de los actores políticos como en nuestra propia incapacidad de acordar políticas públicas a mediano plazo, fijar metas y exigir que se cumplan. Sin esas políticas públicas seguiremos perdidos en la historia. Con ellas, en cambio, sabremos qué queremos y cómo conseguirlo. Así no habrá tiempo para el escándalo, estaremos ocupados construyendo un país en serio.
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