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Crisis de legitimidad

“Shimabukuro no será precisamente un angelito y, ciertamente, tiene mucho que responder a la justicia, pero lo visto es fiel reflejo de la ilegitimidad que ahora cunde entre las autoridades del país”.

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Henry Shimabukuro fue detenido el martes y fue puesto a disposición del Congreso (Foto: Poder Judicial).
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La escena fue por lo demás expresiva, no por las acusaciones intercambiadas ni por la intemperancia de uno de los interlocutores, sino por lo mucho que dice de la atmósfera que actualmente se respira en el Perú.
Ocurrió durante la comparecencia de Henry Shimabukuro ante la Comisión de Defensa del Congreso, presidida por Patricia Chirinos, de Avanza País.
Cuando Chirinos lo comenzó a interrogar, la primera respuesta de Shimabukuro fue: “No puedo responder ninguna pregunta, ya que la presidenta de esta comisión está siendo investigada junto con la organización criminal de Patricia Benavides”.
Una salida que al parecer no esperaba la parlamentaria, pues, perdiendo los papeles, le espetó de inmediato un “Cállese la boca y conteste las preguntas, señor Shimabukuro… o como se llame (recordando inevitablemente un episodio de la noche en que Alberto Fujimori ganó las elecciones presidenciales, en 1990, cuando un conocido político de entonces, algo entrado en copas, dio declaraciones a la prensa y, refiriéndose al presidente electo, dijo “el señor Fujimoto… o como se llame”).
Shimabukuro no será precisamente un angelito y, ciertamente, tiene mucho que responder a la justicia, pero lo visto es fiel reflejo de la ilegitimidad que ahora cunde entre las autoridades del país. Si quien acusa parece estar ahora tan manchado como el acusado, ¿cómo puede entonces tener autoridad moral para investigar o administrar justicia?
Y el panorama no tiene nada de alentador: la fiscal de la Nación, envuelta en un caso de conspiración criminal; la presidenta de la República, acusada de “homicidio calificado”, junto con su premier; el Congreso, asociado por la opinión pública a actos dolosos, la defensa de intereses contrarios a los de la ciudadanía, comportamiento a menudo mafioso ­–“otoronguismo” desembozado– y con su imagen por los suelos.
Si los poderes del Estado están cayendo en semejante espiral de ilegitimidad, sumada a la cantidad de exmandatarios que en estos tiempos componen la vecindad en el penal de Barbadillo o cumplen arresto domiciliario, es que muy mal andamos.
La legitimidad es la base del liderazgo, y es un liderazgo probo e inteligente lo que en estos momentos se requiere con urgencia. No caben excusas: sin legitimidad moral, sin credibilidad, atributos que los líderes se ganan con resultados tangibles de gobierno y una línea de conducta intachable, el Perú difícilmente podrá salir del hoyo en que se encuentra.