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Crianza, poder y descontrol
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Entre adultos y niños hay un diferencial de poder. Padres y maestros conocemos esa asimetría. Podemos más, sabemos más. Nuestros actos son sentencias inapelables. Muchas veces son vividos como abuso por la parte débil. Los maltratos íntimos se pierden envueltos en una complicidad muda. No hay alternativas al único hogar que tenemos.
Una entrada en mi blog Espacio de Crianza, escrita hace varios años, es la más leída y la que produce más consultas: "No quiero golpear a mi hija". Son cientos de testimonios sobre dramas más o menos privados en los que coexiste indudable amor y compromiso, valiente enfrentamiento de circunstancias complejas, con reacciones que desbordan la irritabilidad y derivan en rabia, y se convierten en palabras hirientes, movimientos bruscos, jalones y golpes.
Los textos no trasuntan una estrategia fría y cruelmente aplicada para ejercer poder. Hay conciencia de que algo está mal y temor a estar produciendo daño irreparable. El sufrimiento es patente. Es el descontrol en nombre del control.
La crianza no puede escapar a la ambivalencia —amor, orgullo, rabia y odio habitan el mismo territorio— y la frustración que nos liga a los seres que más amamos y de los que nos sentimos responsables, hoy más que nunca. La aceptación de lo anterior y una dosis de conflicto respetuoso que no excluye autoridad, eventuales pérdidas de paciencia, estilos autoritarios, castigos ignorantes, irritabilidad sostenida y patología declarada, tienen más puntos de contacto de lo que imaginamos.
Hay casos precisos que testimonios valientes permiten descubrir y que deben ser resueltos en el terreno de la ley, pero son muchas más las situaciones relacionadas con el párrafo anterior. Deben ser enfrentadas con educación, control social informal y modelos adecuados (figuras públicas peleándose e insultándose, no ayudan).
http://blogs.educared.org/espaciodecrianza/
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