La comunicación gubernamental empezó bien. Desde el paciente cero, el presidente lo tomó con la importancia debida y compareció junto a la ministra de Salud de entonces. A algunos les pareció exagerado. Ahora sabemos que no lo fue.

Las medidas han sido drásticas en todas las áreas involucradas: salud, educación, interior, economía y apoyo social. El mensaje fue claro: defensa de la vida e inmediata reactivación económica. El tono de comunicación fue adecuado: llamar a la responsabilidad y el optimismo. Y las conferencias del mediodía han sido útiles para afianzar la comunicación con la ciudadanía.

Todo esto sirvió para ralentizar el avance de la epidemia y generó un espíritu nacional de urgencia y unidad. Las encuestas de opinión pública mostraron el amplio respaldo ciudadano. El momento más auspicioso fue el anuncio de la primera extensión de la cuarentena. Un presidente conmovido, un equipo de ministros diligente. En las redes sociales el ánimo positivo era mayor que la mala onda de siempre.

Pero sobrevino el agotamiento. A inicios de abril el Gobierno mostró las primeras señales de cansancio. Se notaron en el desempeño del presidente, a veces confuso y repetitivo, así como en algunas respuestas imprecisas del ministro de Salud. A su vez, algunas medidas resultaron contraproducentes y fueron derogadas inmediatamente.

Con la segunda extensión de la cuarentena, el ánimo popular comenzó a impacientarse. Esta crisis no solo es un evento social y económico sino, principalmente, sicológico. Aquí es cuando el papel de la comunicación es más que difusión y propaganda.

No basta con llamar una vez más al cumplimiento de la cuarentena cuando la incertidumbre colectiva se incrementa. Tampoco cuando la población informal no encuentra soluciones y la anomia, presente en todas las clases sociales, no repara en la dimensión del peligro. Entonces, los martillazos parecen perder potencia y algunos líderes de opinión señalan falta de transparencia. Si bien estamos en una situación menos grave que muchas potencias mundiales, estamos al límite de nuestra propia debilidad institucional.

La iniciativa del Gobierno palidece. Ahora las conferencias del mediodía se sienten largas. El anuncio de la nueva prórroga del estado de emergencia se sintió escaso de convicción y energía, casi como pidiendo disculpas (ya veremos qué dicen las próximas encuestas).

¿Qué hace el capitán de un avión en emergencia? Gestiona la información de tal forma que los pasajeros estén preparados, sin perder los papeles, para enfrentar el peor escenario. Se trata de ser claros y oportunos. Ya no ayuda decir que “la curva crece según lo previsto”. Para que el confinamiento sea total y disciplinado, tal vez se debe recurrir a una comunicación propia de un aterrizaje forzoso. Felizmente el Gobierno ha mostrado talante para tomar decisiones graves.

Aquí algunas sugerencias para recobrar la contundencia:

1) Recobrar el sentido de urgencia. Es imprescindible transmitir una cuota de dramatismo que llame a un renovado voluntarismo colectivo. Para marcar la diferencia con los mensajes diarios, éste podría tener el estatus de mensaje a la nación.

2) Indicar metas nacionales tangibles, por ejemplo, “no podemos pasar de 15 o 20 mil infecciones porque no se podrá atender a más pacientes inclusive con el número de UCI ampliado”. Anunciar los indicadores diarios en contraste con las metas, en una pizarra, cada día, animosamente. La idea es reforzar la motivación de logro popular.

3) Refrescar el formato del mediodía, como bien se viene haciendo, desde los lugares del país que requieren más respaldo y motivación. Considerar el protagonismo de otros voceros del Ejecutivo para connotar trabajo en equipo y darle aire al presidente. Dosificar la frecuencia de las conferencias, solo cuando hay medidas concretas que anunciar, para que vuelvan a despertar interés nacional.

Acaso la ciudadanía no está comprendiendo que solo nos queda ganar tiempo, radicalizando la cuarentena, mientras se suplen de forma acelerada las antiguas negligencias del sistema de salud. Recuperar la urgencia. Ese es el indeseable mensaje que debe ir acompañado de medidas igualmente indeseables. Así se forja el carácter nacional.