(Foto: GEC)
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A inicio de la , conversando con un par de amigos les comenté la que sería mi peor pesadilla, que parece que terminó convirtiéndose en realidad. Les dije que el Perú era un país muy complejo con mucha informalidad e indisciplina y que me temía que la cuarentena solo iba a servir para destruir la economía y no para parar los contagios, como optimistamente pronosticaba el Gobierno. Así como tenemos países que hicieron las cosas bien con la ayuda de una población con mucho civismo, nosotros estamos entre los que peor hemos manejado la crisis, a pesar de estar entre los primeros en actuar. ¿Qué pasó? Subestimamos la idiosincrasia de nuestro pueblo, su bajo nivel educativo, los problemas de informalidad y bajos ahorros monetarios, y la mala calidad de la vivienda y del servicio de agua, que terminaron incentivando a la gente a salir a las calles.

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También sobrestimamos la capacidad de gestión de nuestro Estado para apoyar a las familias y empresas a tiempo, por problemas de diseño, o para fortalecer nuestra capacidad sanitaria y reabrir la economía con la rapidez necesaria. Se cometieron graves errores, como imponer toque de queda a horas tempranas o incluso prohibir a todos salir a la calle por varios días seguidos con cierre total de establecimientos, causando una gran aglomeración en los días previos y siguientes, y se impusieron trabas absurdas para reabrir negocios. En los últimos días, el gobierno decidió hacer algunos ajustes que esperemos que ayuden a reactivar la economía sin aumentar los contagios.

La cuarentena desnudó serios problemas en nuestra estructura económica y social y en la capacidad de gestión de nuestro Estado en todos sus estamentos. ¿Nuestra clase política estará a la altura de hacer cambios estructurales que el país requiere? Ojalá aprendamo.

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