(Foto: Anthony Niño de Guzmán/GEC)
(Foto: Anthony Niño de Guzmán/GEC)

En un mundo ideal, todos deberíamos quedarnos en casa por meses, hasta que el coronavirus esté controlado. Mas ello, en el siglo XXI, es imposible y menos aún en sociedades con alta informalidad. Aun en esta coyuntura sanitaria, las familias que viven “del día a día” requieren, inevitablemente, que algunos de sus miembros busquen su sustento. Y es sabido que una familia limeña sale más de 200 veces al año, en promedio, a abastecerse de alimentos. A las que habría que añadir la frecuencia con la que salen a buscar su ingreso económico (para el informal, no hay teletrabajo). Así, la desobediencia al claustro no se constriñe a la aversión a la ley, sino que también se legitima en necesidades.

Esta dinámica de nuestra informalidad socioeconómica no puede detenerse a martillazos, sino que, como señaló Carlos Ganoza, es menester operar con bisturí. A continuación, planteo algunas hipótesis, pendientes de verificación empírica, para mejorar el control social.

Flexibilizar las salidas. Quizás suena contraintuitivo, pero el problema no es que la gente salga a las calles, sino de distancias. Lo que se debe evitar es el hacinamiento, tanto en los espacios públicos como al interior de las viviendas. Una fila en un banco para cobrar un bono es más peligrosa que un taller de confecciones con el número adecuado de trabajadores por metro cuadrado. Y, por lo mismo, quedarse en casa hacinados puede expandir el contagio entre los familiares. Un asunto peliagudo, pues más de 400 mil hogares del Perú urbano no tienen habitación exclusiva para dormir y en más de 700 mil domicilios, de tres a cuatro miembros comparten una única habitación dormitorio.

Cuarentenas parciales. La mano dura es una coladera ante la racionalidad informal, pues, como dije, no se puede mantener a todo el país confinado por un lapso prolongado. En cambio, las cuarentenas territoriales parciales –asignadas según criterios que observen el sustrato informal de las economías respectivas– son factibles, pues la segregación de la ciudad –paradójicamente– ayuda. Empleando como bases los ejes económicos urbanos –por ejemplo, los “conos” de Lima– y los niveles de contagio, se pueden organizar turnos de cuarentena. Dada la estructura desigual de nuestra sociedad, quienes tienen trabajo más precario deberían tener cuarentenas menos rígidas, por lo que a las zonas con mayor prevalencia de trabajos formales podría extendérseles el tiempo en casa. A su vez, dentro de cada tipo de jurisdicción y siguiendo tal lógica, podrían organizarse turnos.

Sí, nos toca operar con bisturí, porque es evidente que con martillazos no se detiene a quienes procuran sacarle la vuelta al coronavirus como si de la Sunat se tratase.