Las medidas de salud para enfrentar el COVID-19, basadas en el aislamiento social, son imprescindibles, pero impactan sobre la economía. Y aquí aparece una primera lección. La mejora de la economía se sentirá cuanto más rápido ataquemos la causa del problema, que es la propagación del virus. De ahí la urgencia de cumplir con las instrucciones del gobierno.

La segunda lección es la siguiente: las reformas profundas en sectores tan sensibles, como salud, educación e informalidad, por mencionar algunos, son imprescindibles. Sobre esto se ha escrito mucho e inclusive existe consenso, pero en los últimos 20 años no se ha hecho casi nada. Y hoy pagamos las consecuencias. No estoy diciendo que si se hubieran hecho nadie estaría infectado. Lo que estoy diciendo es que gran parte de los ciudadanos hubieran tenido las herramientas para defenderse mejor del bajón de ingresos.

La tercera lección se relaciona con lo que hay que hacer ahora y lo que se puede postergar. La urgencia es atacar la propagación del virus y cubrir, mientras duren las medidas, a aquellos que viven al día. Las reformas pueden y deben verse después. ¿Cómo podemos discutir de la reforma del sistema de pensiones si hay ciudadanos que no tienen qué comer y personal hospitalario que se expone al contagio todos los días? Hoy necesitamos ser solidarios y luego que esto pase, debatir sobre las reformas. No es momento para que nadie jale agua para su molino.

La cuarta lección tiene que ver con lo que se denomina acción colectiva, tema muy estudiado en economía. Si el 70% cumple con el aislamiento pero el 30% no, entonces no derrotaremos la propagación. De ahí que todos debamos actuar en el mismo sentido y al mismo tiempo. Dejemos de lado aquella expresión de “a mí no me va a pasar”. Este es un hecho inédito, sin precedentes en la historia contemporánea, así que cualquiera que no cumpla, está expuesto y pone su vida y la de otros en riesgo. Que tu vida esté en peligro debería ser suficiente incentivo para que todos cumplamos, pero lamentablemente no ocurre.

La quinta lección es la importancia de mantener los fundamentos económicos sólidos. Perú, a diferencia de la mayoría de economías del mundo, los tiene. Estabilidad monetaria, deuda pública baja y déficit fiscal bajo. Hay espacio fiscal para gastar más.

La sexta lección es que no solo hay que mirar el frente interno, sino el externo. En el exterior ocurren cosas buenas, como cuando suben los precios de los metales, pero también malas, como el COVID-19. Un ojo dentro del país y otro fuera siempre es mejor que un ojo solo dentro.

La séptima lección es que la cantidad de ciudadanos vulnerables en el Perú es inmensa. 72% de los trabajadores lo hace en el sector informal. Solo el 50% lo los ciudadanos se encuentra en el sistema financiero formal. Es difícil para un gobierno reaccionar con rapidez solo con esos dos datos. Aunque suene repetitivo, se necesitan reformas profundas. Dejemos la ideología de lado. Veamos qué se puede hacer en cada caso. Pero después. Ahora la urgencia es contener la propagación.