Claudia Cooper: Acuerdo Transpacífico y diversificación productiva

El acuerdo no es perfecto y tiene defectos. ¿Qué compromiso no los tiene? Se pregunta The Economist. Los acuerdos comerciales han dejado de ser acuerdos basados en el intercambio de bienes y han incorporado crecientemente temas de servicios. Y aunque el desmantelamiento arancelario de productos gravitantes para muchas economías (agrícolas e industriales) ocurrirá eventualmente, el proceso plasmado en los tratados es prudentemente lento. Adicionalmente, las necesidades de salud pública redujeron sustancialmente la protección a ciertos medicamentos de la competencia de genéricos, y como mecanismo de protección social, se aseguró la adecuada atención a los derechos laborales mínimos, así como el cumplimiento de estándares medioambientales. Más reformador es lo referido a servicios, los cuales no están sujetos a los mismos impedimentos del intercambio de bienes. Se entrampan en otro tipo de regulaciones, como aduanas, visas y licencias.

La diversificación productiva no se va a lograr sin el desarrollo de nuestras empresas hacia una escala en que puedan acceder a los mercados mundiales. Pienso en el beneficio que la apertura viene generando en la agroindustria y en el enorme potencial que se abriría para otros sectores tan competitivos como el forestal, turismo y gastronomía. Sin los grandes mercados, nunca llegarán a las dimensiones que hoy tienen los recursos naturales en el sector exportador.

Para sus principales defensores, el acuerdo limita formas solapadas de proteccionismo como tratamientos especiales a empresas estatales y prohibiciones arbitrarias a las importaciones. Para sus detractores, constituye una forma solapada de apañar la ambición hegemónica de EE.UU. y de sus grandes corporaciones. ¿Donde está entonces la principal discrepancia? En lo político. La posición por el grado de intervención estatal es pues, la principal divergencia, y de ella derivan las posturas en relación con la apertura comercial.