El incendio sucedido en Gamarra nos trae recuerdos desoladores de tragedias que se han cobrado las vidas de muchos, señala la columnista. (Foto: César Bueno @photo.gec)
El incendio sucedido en Gamarra nos trae recuerdos desoladores de tragedias que se han cobrado las vidas de muchos, señala la columnista. (Foto: César Bueno @photo.gec)

La semana ha transcurrido con muchas malas noticias y, lamentablemente, son noticias que se repiten siempre: robos, asaltos, siniestros viales que cobran vidas inocentes, caos y tristeza. En primer lugar, tenemos el caso del muchacho que fue asaltado por unos delincuentes que aprovecharon la aplicación de InDriver para robarle y tenerlo cautivo un buen rato, mientras iban pidiéndole todas sus claves de acceso. Luego, entre los muchos siniestros de la semana, está el del taxi que se estrelló contra un camión y en el que perdieron la vida tanto el conductor como una de las pasajeras.

Tan dolorosa como estas muertes ha sido la pérdida del niño de siete años que falleció atropellado mientras iba en su scooter. El horror de la muerte injusta es inaceptable, más aún cuando las políticas públicas no están enfocadas en lo que hace falta: garantizarnos calles más seguras en las que no se pierdan vidas, gestionar correctamente los flujos y el tránsito, ofrecer infraestructura segura y apropiada, controlar la seguridad de los vehículos y que los conductores tengan las habilidades necesarias para manejar sin riesgos.

Siendo junio el Mes del Orgullo, se siente la ausencia en distintas instancias del gobierno, incluyendo la Municipalidad de Lima. Se siente el desinterés y se abren las puertas a quienes justifican el odio y que parece que se envalentonan en redes sociales con mensajes de discriminación y amenazas. Lejos quedaron las políticas públicas inclusivas.

Además, el incendio sucedido en Gamarra nos trae recuerdos desoladores de tragedias que se han cobrado las vidas de muchos. Y vemos cómo se repiten las escenas cada cierto tiempo y cómo las reacciones son similares: se evidencia la precariedad en la que trabajan los bomberos, la informalidad que nutre al fuego como gasolina en la fogata, el absoluto abandono… El muchacho colombiano que arriesgó su vida para salvar a los perros del albergue de una muerte segura es la luz que brilla en la oscuridad. La esperanza de que podemos ser mejores como sociedad.

Las malas noticias usuales a las que nos hemos acostumbrado no solo siguen vigentes, sino que ya no indignan tanto y se aceptan los hechos de violencia, los muertos en las pistas y los incendios como el pan de cada día. ¿Acaso algún día nos cansaremos lo suficiente para decir basta?