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Policía bueno
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Hace unas semanas participé en la presentación del primer documento de trabajo “De la intervención a los resultados: Hacia una medición de la seguridad en los barrios seguros de Lima y Callao”, realizado por el Observatorio Nacional de Política Criminal INDAGA del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. En este estudio hacen la comparación en unas zonas específicas del programa Barrio Seguro que incluye el componente de la policía comunitaria y la recuperación de los espacios públicos. Los resultados son interesantes pues, como es natural, la confianza en la policía se incrementa cuando hay más cercanía, más empatía, más presencia.
Pero lo que me motiva a escribir sobre esto es que en la presentación de este estudio un suboficial dio un testimonio sobre su trabajo como policía comunitario y su relato me emocionó, estremeció y llenó de emoción. Nos contó cómo se presentó ante los vecinos de la zona a la que lo asignaron, cómo ayudó a cruzar la avenida a abuelas y madres con sus hijos y nietos, cómo resolvió dudas de los vecinos y cómo atendió la llamada desesperada de las chicas que atendían una farmacia a quienes les había dado su teléfono para cualquier emergencia. Al recibir su llamada, él pensó que iba a responder ante un acto delictivo, pero grande fue su sorpresa cuando se encontró con un muchacho que se había enfermado y parecía morir. Inmediatamente lo trasladó a la clínica más cercana, y luego de insistir y presionar, hizo valer su derecho a ser atendido. Luego, fue a la misma farmacia de donde lo habían llamado a comprar los medicamentos que necesitaba y que pudo adquirir con descuento pero, luego de la atención, cuando el muchacho ya debía ir a casa, no había quien pagara la cuenta. Él, en sus propias palabras y luego de un suspiro que se sintió eterno, dijo: “Dios proveerá” y se dispuso a pagar de su propio bolsillo los 270 soles que sumaba la cuenta.
Justo en ese momento, un doctor que había presenciado toda la escena se le acercó y, luego de confirmar que él era el policía que estaba haciendo turnos en la zona, ayudando a cruzar la avenida a las abuelas y presentándose ante los vecinos, le dijo que no se preocupara. Que no tenía que pagar la cuenta. Así, para él Dios proveyó.
Dos reflexiones me vienen a la mente. La primera es acerca de la precariedad. La precariedad a la que se enfrentan los policías y que, más que seguro, les quitan el entusiasmo y la buena voluntad. No es justo que el buen policía tenga que pagar de su propio salario este tipo de cosas. Eso está mal. La segunda es de esperanza. De esperanza pues, en medio de la desidia policial para resolver el crimen de Solsiret, pueden existir policías buenos. Y yo, aunque sin dejar de exigir justicia y reforma, prefiero creer que esos son más.
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