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(Opinión) Mariana Alegre: ¡Libere la plaza, señor presidente!

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Por qué tanto miedo, señor presidente? ¡Libere la plaza! ¡Abra la plaza! ¡Quite las rejas y calle a los guardias! Un presidente que le tiene miedo a su gente no es un líder al que se le respete, señala la columnista.
Fecha Actualización
Hace ocho meses que la Plaza de Armas se mantiene cerrada. Ocho meses en los que casi nadie entra y casi nadie sale. Ocho meses en que la abren solo por ridículos ratos. Ocho meses que no se disfruta, que no se camina, que no se usa y que no se vive.
Es absurdo ver cómo quienes la visitan caminan en filas, se aprietan a los bordes y evitan traspasar los límites ficticios que los policías imponen. Que imponen a gritos. Que vociferan.
“¡Salga de la pista!”, gritan con furia. “¡Levántese! ¡No puede sentarse en la escalera!”, vomitan con ganas. “¡Avance rápido que aquí no se está para visitas!”, vociferan. “¡Circulen, no se queden parados!”, gritan desde el megáfono. Parece que lo disfrutan o quizá el peso de la obediencia debida les anula la vergüenza.
Las plazas públicas son el corazón de las ciudades, son espacios que convocan, espacios que protestan, espacios que sienten y que recogen todo aquello que el pueblo quiere. ¿Por qué tanto miedo, señor presidente? ¡Libere la plaza! ¡Abra la plaza! ¡Quite las rejas y calle a los guardias! Un presidente que le tiene miedo a su gente no es un líder al que se le respete. Así no vale mucho, no vale nada, señor presidente. ¡Libere la plaza!, le gritamos todos. ¡Déjela libre! ¡Devuélvala ya!
En medio de esta contradicción, con la plaza cerrada, las rejas puestas y la autoridad de los guardias bien impuesta, un grupo de artistas decidió romper con los protocolos y la prohibición. Abrieron monumentos, centros culturales, casonas y puentes peatonales. Revelaron espacios, abrieron las puertas y también las ventanas, ocuparon los techos y los balcones. Mientras de la Plaza nos mantienen distantes, nos colamos a ver los secretos coloniales que el Centro Histórico mantiene guardados y que, en otro momento, ocultos habrían quedado. Mientras la plaza seguía enrejada, mientras la plaza seguía atrapada, muchísima gente invadía moradas, subía escaleras, trepaba azoteas, caminaba en tejados y miraba a lo lejos a los gallinazos. Al fondo veías al mar libre e inmenso, mientras la plaza seguía muriendo.
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