Los peruanos nos morimos en las pistas, rogamos por viviendas dignas y luchamos para que no destruyan nuestros barrios, señala la columnista. (Fotos: AP)
Los peruanos nos morimos en las pistas, rogamos por viviendas dignas y luchamos para que no destruyan nuestros barrios, señala la columnista. (Fotos: AP)

Mientras los malos políticos continúan buscándole tres pies al gato para revertir resultados electorales, el Perú continúa sumiéndose en la inestabilidad. Hay varios asuntos urbanos que pasan desapercibidos, pero son muy importantes: siniestros viales que matan a nuestros seres queridos al caerse buses, la pretensión de la Municipalidad de Lima de construir un viaducto en la Av. Universitaria con la Av. La Marina y un importante proyecto de ley que se está debatiendo en estos días.

Quiero profundizar en este último pues nos encontramos con la Ley de Desarrollo Urbano Sostenible, que es quizá uno de los mejores instrumentos de gestión de suelos que nos han ofrecido en mucho tiempo. Hoy se ve cuestionada y corresponde defender su aprobación. De hecho, esta ley, junto con la campaña de vacunación, podría ser parte del legado del gobierno de transición del presidente Sagasti. Claro, si lo dejan terminar.

Esta norma busca ordenar la forma en la que la ciudad crece. No es ningún secreto el modelo expansivo y desordenado con el que convivimos, ni la ausencia de planes urbanos y, peor aún, de criterios mínimos que apunten hacia una visión de ciudad y futuro. Esto, junto con el menosprecio a los ciudadanos, a quienes nos ignoran en la mayoría de decisiones que se toman, configura como resultado ciudades vacías de significado y cargadas de vulnerabilidades. Pero, ¿quiénes se opondrían a la Ley de Desarrollo Sostenible? Sí, es cierto que plantea una regulación y condiciona el desarrollo urbano, pero, a cambio de eso, generará más suelo urbano y más calidad de vida y, sobre todo, también potenciará el valor del suelo. En suma, producirá ciudad y no solo emplazamientos de viviendas ridículamente pequeñas donde faltan metros cuadrados y sobran miembros de la familia que cobijar.

El modelo de urbanización privada existente hoy no ofrece realmente vivienda; a lo más, lotes que luego serán autoconstruidos y segmentos de calles mal diseñadas y parques que luego pasarán al olvido cuyas plantas se secarán ya que el municipio no tiene la capacidad de regarlas. Es más, muchas veces esas mismas urbanizaciones ni siquiera cuentan con agua potable y por años recargan tanques con agua de camiones de dudosa procedencia. Ni qué decir de las mafias. Mafias de terrenos que abusan de quienes necesitan vivienda y a punta de engaños los ubican en zonas de altísimo riesgo, sin conexión ni servicios y que solo están a la espera de que un huaico les arrebate sus cosas y sepulte sus sueños.

Mientras los políticos continúan arranchándose a mordiscos el botín del país, los peruanos nos morimos en las pistas, rogamos por viviendas dignas y luchamos para que no destruyan nuestros barrios. Los malos políticos no solo andan desconectados y con miradas caducas, sino que realmente nos hacen daño. No se lo permitamos más.

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