La prosperidad de una sociedad no solo necesita de memoria y de mirar críticamente el pasado; también necesita un ideal de bien público y un sentir colectivo de hermandad, señala la columnista. (Foto: GEC)
La prosperidad de una sociedad no solo necesita de memoria y de mirar críticamente el pasado; también necesita un ideal de bien público y un sentir colectivo de hermandad, señala la columnista. (Foto: GEC)

La paranoia de algunas élites y grupos conservadores no solo hace daño a la posibilidad de pensar en tener un país mejor sino que aleja cualquier atisbo de reflexión y de justicia. Pero la prosperidad de una sociedad no solo necesita de memoria y de mirar críticamente el pasado; también necesita un ideal de bien público y un sentir colectivo de hermandad. Elementos que cada vez se ven más lejanos ya que la podredumbre de la política juega a dividirnos siempre.

Como ya muchos han dicho, la clausura –por parte de la Municipalidad de Miraflores– del Lugar de la Memoria, Tolerancia e Inclusión Social (LUM), aunque basada en requisitos administrativos, huele a censura y, peor aún, apesta a fanatismo. Las indicaciones políticas que hace el alcalde López Aliaga a su par miraflorino para que cierre el LUM son solo una muestra del interés real detrás del mero cumplimiento de los procedimientos de fiscalización.

Lo bueno es que, como cuando se sale el tiro por la culata, con esta acción se evidencia más el mensaje que se busca ocultar disparando el interés público y la cobertura de los medios. Usualmente lo que se busca callar a la fuerza resuena con más volumen. Dado que el LUM cuenta con un gran valor simbólico y contiene la historia de un pasado que no queremos que se vuelva a repetir, la reapertura debe ser una exigencia colectiva.

Pero la memoria no solo se guarda en un museo, la memoria se impregna en nuestras calles, en nuestros monumentos, plazas y parques. Se convierte en nombres de avenidas y se discute en las aulas. La memoria se respira y se siente. Va de la mano de la identidad de la sociedad y le da forma al territorio que ocupa. Para que la memoria siga viva, debe ser parte de nuestra vida cotidiana y es así que podrá perdurar en el tiempo.

Hay países que saben resguardar y a la vez exponer su historia y su memoria. Alemania es un ejemplo claro sobre cómo procesar y entender el rol que, como sociedad, cumplieron en la Segunda Guerra Mundial y todo el daño causado. Es un ejemplo de cómo entenderlo desde la reflexión y el arrepentimiento pero también desde la compasión y la reconciliación. Sin ocultar ni intentar tapar el sol con un dedo. En un país en el que un sector pretende hacerse el loco con lo sucedido, resulta dificilísimo que podamos mirar el futuro con esperanza, y así todos pierden, tanto el callado como el que manda callar.