El rojo intenso y el naranja brillante son evidencia tangible de los contaminantes que hoy existen en nuestro cielo. A más rojo y naranja, más veneno, señala la columnista. (Foto: Shutterstock)
El rojo intenso y el naranja brillante son evidencia tangible de los contaminantes que hoy existen en nuestro cielo. A más rojo y naranja, más veneno, señala la columnista. (Foto: Shutterstock)

Los lindos atardeceres del verano limeño que hemos estado presenciado durante este verano no son tan bonitos como parece. De hecho, son un síntoma de algo malo, muy malo. Los tonos naranjas y rojos que miramos con embeleso y que al mezclarse forman tonalidades poéticas y formas mágicas, son en realidad el presagio de nuestro fatal destino. Esas tomas brillantes y hermosas que captamos en nuestros celulares para luego subirlas a nuestra red social favorita son indicador de un asesino silencio. Así pues, la contaminación ambiental se cuela en nuestras vidas con cada partícula que ingresa a nuestros pulmones. No solo es suficiente haber confirmado que en la sangre humana se encuentran microplásticos sino que el aire que respiramos nos mata de a pocos, con cada bocanada que damos.

Y es que el rojo intenso y el naranja brillante son evidencia tangible de los contaminantes que hoy existen en nuestro cielo. A más rojo y naranja, más veneno. Mientras más bonitos son los atardeceres, más rápido nos olvidamos que nos estamos muriendo.

Perú se ubica en el primer puesto en el ranking de países con mayor contaminación del aire. Un reporte que recoge los peores lugares para respirar, aquellos donde los niveles de material particulado (PM 2.5) superan entre cinco y siete veces lo sugerido por la OMS.

¿Pero acaso esta tragedia es en todo el Perú o solo en Lima? La verdad es que nuestro país, para variar, tiene pocos instrumentos a disposición para medir la calidad ambiental e incluso con ese déficit, nuestros datos son de terror. No contamos con capacidad para conseguir datos actuales y sistematizados y, para colmo, los puntos de medición no están distribuidos con justicia y se privilegia a zonas con mayor poder adquisitivo y no a aquellos lugares más vulnerables y con menores ingresos.

Por supuesto, la voluntad para resolver este problema es cercana a cero. Entre lo poco que se hace, hay una ausencia importante: la visibilidad del problema. Es decir, la inmensa mayoría de gente no sabe nada sobre esto. No conoce que sus pulmones se llenan de basura, no reconoce que sus estados de alergia y asma se deben a los contaminantes y, al no saberlo como un problema, no lo exigen.

Quizá más pronto que tarde volvamos a usar mascarilla, ya no por COVID sino porque el oxígeno ya no será puro y el aire limpio no será suficiente.