El impacto de este “no hacer” se ve en otros espacios también: los peatones que caminan sorteando obstáculos. Foto referencial.
El impacto de este “no hacer” se ve en otros espacios también: los peatones que caminan sorteando obstáculos. Foto referencial.

La semana pasada escribí sobre una denuncia de un ciudadano en relación a cómo la Policía de Tránsito no realiza su trabajo adecuadamente. En esta columna quisiera ahondar en por qué este tipo de comportamiento impacta negativamente en nuestra vida en sociedad y de qué manera podríamos mejorar nuestra vida cotidiana si es que la Policía de Tránsito hiciera su parte.

Lo primero es notar la naturalización de la insignificancia que representa el hecho de que un vehículo se encuentre parqueado en medio de la vereda. Para la Policía de Tránsito protagonista de este incidente, ese no sería un problema pues, a pesar de que sí sabe y reconoce que es una infracción, ella decide no intervenir el vehículo ni asignarle una papeleta.

Aquí debemos observar cómo la cultura proauto está tan inserta en nuestra vida que, inclusive existiendo normas, estas no son aplicadas. No sabremos cuál fue el motivo en este caso específico: ¿habrá sido flojera?, ¿habrá sido solo desinterés?, ¿la señora policía habría estado de descanso o quizá “ocupada” haciendo otra cosa? Pero la realidad es que, inclusive con una infracción flagrante, la Policía de Tránsito no reacciona.

Por ello, es tan fácil para los conductores romper las reglas de tránsito. Total, casi nadie los irá a fiscalizar; entonces, no hay motivo para cumplir la ley, para ser cuidadosos de dónde se detienen o cómo se maneja. Pero el impacto de este “no hacer” se ve en otros espacios también: los peatones que caminan sorteando obstáculos, los adultos mayores a quienes se les obliga a alargar sus viajes, las personas con discapacidad a quienes se confina en sus hogares, solo por dar algunos ejemplos. Si la Policía no multa al que se parquea mal, al que rompe los límites de velocidad, al que tiene su auto en mal estado, al que ocupa los espacios de las personas con discapacidad, entonces ¿para qué sirve?

A la vez, las fricciones constantes entre los distintos actores de la movilidad representan muchos momentos de estrés, de riesgos y de mal humor. ¿Qué tan mejores seríamos como sociedad si es que nuestro devenir diario se hiciera en mejores condiciones? Por supuesto, el buen diseño urbano es pieza clave, al igual que la educación vial y un sistema normativo e institucional que funcione, pero sin una Policía de Tránsito respetuosa de sus propias normas, al servicio de los ciudadanos, dispuesta a intervenir cuando es necesario y adversa a la corrupción, pues poco se puede hacer.

Vamos, Ministerio del Interior, impulse el buen ejemplo y verá cómo así realmente la ciudadanía podrá hacer eco de su eslogan “a la Policía se le respeta” pues, así cómo están ahora, no provoca.