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Marcha por la Marcha
“Cualquier expresión que tenga como escenario las calles –de cualquier ciudad del país– debe ser respetada y tratada con igualdad de condiciones”.
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A pesar de que mis convicciones no coinciden con los ideales e intereses de los promotores y seguidores de la Marcha por la Vida, heme aquí defendiéndola. El motivo de mi defensa se basa, exclusivamente, en el derecho de este grupo de conservadores a manifestarse en el espacio público por la causa que mejor crean conveniente. Así, cualquier expresión que tenga como escenario las calles –de cualquier ciudad del país– debe ser respetada y tratada con igualdad de condiciones.
Esto quiere decir que las autorizaciones para marchar, los permisos de seguridad y el resguardo que policías y serenos deben procurar a los grupos de manifestantes deben ser otorgados por igual a una marcha como esta, así como a cualquier otra. No importa si es una marcha política, o si esta es de oposición o de apoyo –a una obra de infraestructura, a un política o ley– o si se reclama por reforzar los derechos laborales de un sector de la población o, por el contrario, un grupo decide manifestarse para reducirlos.
En ese sentido, el desmerecimiento, por parte de muchos opositores, a la realización de la Marcha por la Vida en las calles no tiene sustento y poco les sirve para fortalecer sus válidos reclamos en torno a una sociedad menos machista y más equitativa entre hombres y mujeres; una sociedad en la que el cuerpo de las mujeres no sea moneda de cambio para la opresión. Sin embargo, también corresponde reflexionar en cuanto a los límites de la libertad de expresión. Especialmente cuando, en aras de esta libertad, se manifiestan intereses aberrantes para con los derechos humanos.
El caso de la supremacía racial en Estados Unidos generó mucho debate el año pasado, debido a las manifestaciones que estos grupos de extrema derecha (Alt Right) estaban convocando. El momento más lamentable –y repudiable– de toda esta efervescencia radical fue cuando uno de sus seguidores tomó un vehículo para arremeter contra un grupo de personas que se manifestaban por la igualdad, hiriendo a muchos y matando a una mujer. Entonces, surge la pregunta: ¿tiene el terrorismo derecho a manifestarse?
La respuesta, por supuesto, es no. Y quien mejor explica las razones es el filósofo Karl Popper, quien plantea la paradoja de la tolerancia. Según esto, una sociedad tolerante no puede tolerar la intolerancia pues se destruiría a sí misma. Por suerte, conforme avancen los tiempos, será tan aberrante pensar que los blancos son superiores a los demás solo por su color de piel como creer que algunos pueden decidir sobre el cuerpo de las mujeres y las niñas violadas a voluntad.
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