Christian Saurré: La casa grande

Los barrios son la extensión de nuestras casas. Contienen la misma esencia que ellas y están hechos a medida de sus habitantes. Es por eso que la sensación de intimidad nunca se pierde dentro de un barrio que es nuestro, tanto en la puerta de casa como en medio de una de sus pistas. Todos los que hemos crecido en un barrio sabemos de ir a casa de algún amigo para que nos acompañe a comprar a una tienda cercana, sabemos de esquinas repletas de chicos o veranos de excursiones callejeras hasta que se vaya el sol.

En mi niñez fui parte de muchos barrios. Todos los veranos iba a pasar la temporada entera a casa de mis abuelos, de mis tíos o de amigos cercanos. El barrio de La Capullana en Surco fue uno de los que más disfruté. Despertaba a las ocho de la mañana con la llamada de algún amigo que tendría un plan para el día, desde ese momento salía a la calle y cumplíamos el cronograma que incluía una excursión en bicicleta, jugar béisbol en el parque y luego volver momentáneamente a las casas para volver a tomar las calles por la tarde y charlar sobre los mejores momentos del día y nuestro plan para mañana. Es que el barrio no es un grupo de casas aglomeradas frente a un parque o una cancha de fulbito, el barrio es un grupo de personas alrededor de una sola idea, de una sola forma de vida. Nosotros, los niños de ese entonces que no pasábamos los 15 años, íbamos por ahí demostrando que teníamos una idea en común, disfrutar de esa complicidad que nos unía.

Ayer estuve en Alto Perú y fue tan cómodo estar ahí que, al abandonarlo, uno piensa inmediatamente en volver: el detalle de ser un buen barrio también está en hacer que el forastero se sienta cómodo. Yo tuve tres barrios de niño: Rosario de Villa en Chorrillos, La Capullana y Los Próceres en Surco; de todos tuve que partir. Y ese es el problema, cuando uno debe partir y dejar el barrio atrás, porque, aunque se quiera, el único lugar de donde nunca podremos mudar nuestra esencia es nuestro barrio.

(christian.saurre@peru21.com)