El diluvio es uno de los mitos sobre nuestro origen. Suele haber un dios que quiere castigar la maldad y lanza lluvias interminables para ahogarla, para que un sobreviviente elegido repueble el mundo en un nuevo comienzo. Es Ziusudra en el Poema de Gilgamesh de los babilonios o Noé en el Génesis de los hebreos y cristianos, y así en casi todas las demás religiones. Aquí también: Wiracocha envió una gigantesca inundación de la que sobrevivieron Manco Cápac y Mama Ocllo (Guamán Poma); o fue un pastor, advertido por una llama, guarecidos en una cueva (Francisco de Ávila). El fenómeno de El Niño causa otros diluvios, menos universales, pero igual de mortales, que desaparecieron algunas de nuestras culturas costeñas. Diluvios, imaginarios o reales, siempre tuvimos.
Pero lo de Valencia, en España, es de segunda generación. Primera desgracia, la del clima. La riada de los ríos ocurre de tanto en tanto. La ciudad había sido inundada en 1897, en 1957, y ya le tocaba. Pero esta vez ha sido brutal: en un día llovió lo de un año y el nivel de los ríos aumentó tanto que alcanzó segundos pisos. La explicación es que una masa de aire frío se aísla de la corriente polar y choca con el aire caliente del Mediterráneo. El problema nuevo es que ese aire está más caliente que nunca y hace llover mucho más. Segunda desgracia, la del desarrollo urbano. Para evitar inundaciones como la de 1957, se desvía el río Turia, que pasaba en medio de la ciudad. Se dijo que toda la margen derecha del nuevo cauce era inundable, útil solo para la agricultura, y que en el otro extremo de la zona —donde pasa la rambla del Poyo, que desagua las crecidas de todos los barrancos del lugar— tampoco se debía habitar en sus riberas. Pero se construyó y mucho. La catástrofe ocurrió donde se suponía que no habría casas. El plan urbano no se respetó, el boom inmobiliario pudo más. Las ganancias de antes son las pérdidas de ahora en dinero, en ilusiones y en vidas. Tercera desgracia, la de la política. Enfrentados: el PP gana en Valencia y desmonta la Unidad de Emergencia del Gobierno anterior del PSOE; sin experiencia, las respuestas fueron improvisadas. Negligencias: los meteorólogos advirtieron de las inundaciones, pero los políticos lo minimizaron y no se lanzaron alarmas a tiempo. Vanidades: ocurrida la desgracia, para unos y otros, lo más urgente fue el control de la radio y la televisión estatal. Mezquindades: a una semana, no había llegado el ejército ni maquinaria para la limpieza porque el PP de Valencia no pedía ayuda al PSOE del Gobierno nacional; y este no la daba sin que el PP apruebe el presupuesto porque, como tampoco se lo aprobó el año pasado, peligra que siga en el Gobierno. Mientras tanto, los voluntarios hacen que España se cuide de su propia España (Vallejo).
A ver si aprendemos. En Piura tenemos un río que no trae agua o trae demasiada. Hay un plan que incluye siembra de agua en las partes altas, esclusas para limitar la velocidad de las crecientes y reservorios a lo largo del cauce para almacenar agua para tiempos de sequía. No se realiza por bronca, porque cada municipio quiere su cuota de poder, cuando administrar una cuenca en una responsabilidad mayor, para tomar decisiones en muy poco tiempo sobre cuándo se suelta agua y, aunque no es menos, la chamba de descolmatar y limpiar. La ciudad misma no tiene un sistema de drenaje ni tampoco dónde desaguarlo, porque las áreas destinadas para recibir el agua ya se urbanizaron. En Trujillo, la quebrada de San Idelfonso desagua por la misma plaza de Armas. Se están haciendo trabajos para desviarla al río Moche, bien; pero el río se desbordará y afectará la agricultura, mal; se tendrá que reforzar el río. Todo avanzando tan lento que parece que nada se hace. En resumen, aunque hay avances tecnológicos, las desgracias naturales conservan un grado de imprevisibilidad. ¿Qué hacer? Pues tener protocolos de emergencia muy bien pensados y de rápida ejecución; sobre todo, inteligencia de prevención con experiencia acumulada, o sea, una carrera pública que reconozca méritos y premie eficiencias; por último, buen gobierno, con eficiencia técnica y responsabilidad política, ni de derecha ni de izquierda, sino como imperativo moral, porque, como se ve, salva vidas o las arruina.
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