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La ceremonia del adiós
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Oliver Sacks es, quizá, un nombre poco conocido para muchos lectores, pero se trata, sin duda, de uno de los genios de nuestro tiempo, además de un ser humano de cualidades excepcionales.
Hace unas semanas publicó una carta de despedida. Me limitaré a glosar algunos párrafos de ese texto con la ilusión de que puedan encontrar en él una lección de vida y esperanza.
"Hace un mes sentía que gozaba de buena salud. Con 81 años, todavía nado un kilómetro y medio al día. Pero mi suerte se ha agotado. Hace unas semanas me diagnosticaron una metástasis múltiple en el hígado. Ahora me enfrento a la muerte y espero un desenlace rápido, pero tengo que vivir de la manera más profunda, más provechosa y más productiva que pueda".
"He sufrido poco dolor, y lo que es más extraño, a pesar del gran deterioro de mi físico, nunca sufrí ni por un momento un abatimiento de mi espíritu. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y la misma alegría de siempre por la buena compañía".
"Espero que, en el tiempo que queda, pueda profundizar mis amistades para decir adiós a los que amo, escribir más, viajar si tengo la fuerza, alcanzar nuevos niveles de comprensión y perspicacia. No hay tiempo para nada que no sea esencial. Dejaré de prestar atención a la política o a las discusiones sobre el calentamiento global. No es indiferencia: todavía me preocupo por el Oriente Medio, por el calentamiento global, por el crecimiento de la desigualdad, pero esos ya no son mis asuntos; esos pertenecen al futuro".
"No puedo pretender que no tengo miedo. Pero mi sensación predominante es de gratitud. He amado y he sido amado, se me ha dado mucho y he dado algo a cambio. Por encima de todo he sido un ser sensible, un animal pensante, en este hermoso planeta, y eso ha sido un enorme privilegio y una gran aventura".
Sus libros, vigorosos y deslumbrantes se encuentran en las librerías de Lima. Hay que leerlos.
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