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Centralismo del Siglo XXI

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Es difícil comprender en ocasiones el impacto que tiene la revolución informática en nuestras vidas y la forma en la que está rediseñando las redes de la economía internacional. Seguro lo debe escuchar a menudo en las noticias pero, después de todo, ¿qué importa que podamos procesar información más rápido, qué más da que se puedan abastecer millones de datos en la nube y que tengamos acceso a ellos con un click?
Probablemente su vida no haya cambiado sustancialmente, tal vez ni siquiera ha percibido los cambios tan sutiles de estas nuevas implementaciones, pero usted sin saberlo contribuye más de lo que podría imaginar a esta revolución y al hacerlo esta cincelando los cimientos de un nuevo sistema económico.
En el pasado la capacidad de recopilar y procesar información se reducía a bloques de ordenadores y servidores almacenados en cuartos a bajas temperaturas capaces de guardar y analizar a duras penas unos cuantos gigabytes de información.
Con el tiempo, hemos creado portátiles tan finos como carpetas y ligeros como libros con la potencia de procesar miles de terabytes de información y trasladar datos a la nube, que no es nada más que un servidor externo que guarda su información cuando la memoria interna de su computadora ha llegado a su límite.
Pero ¿qué ocurre cuando hemos desarrollado herramientas capaces de procesar y analizar la información de una sociedad? Imagínese que una entidad contara con un sistema informático tan poderoso que pudiera registrar las rutas que suele tomar de camino al trabajo, los productos que compra habitualmente en el mercado, las películas y series que consume a diario, las cosas que investiga en el internet, sus fetiches y hasta sus deseos y preferencias sexuales. Lo más probable es que quien tenga acceso a esa información tuviera una idea bastante precisa del tipo de persona que es, aun sin conocerlo en persona ni haberle estrechado la mano.
La idea puede que le cause rechazo o por lo menos un repelús momentáneo. Pero me atrevo a ir más allá. ¿Y si esa entidad fuera capaz de recopilar esa misma información acerca de, por ejemplo, todo adulto entre los 18 y 65 años de un país y procesarla de forma que arroje un análisis bastante minucioso de la actividad diaria de una población? Y, por último, ¿si esa entidad omnipresente y todopoderosa fuera el gobierno de su país?
En el sector privado esto ya ocurre, usted le ha dado permiso a Facebook para que lo haga. En occidente podemos estar tranquilos de que, por lo menos de cara al público, la mayoría de las administraciones y gobiernos están muy restringidos de utilizar nuestra información personal con fines económicos. Ese no es el caso con, por ejemplo, China, que abiertamente reconoce con ha implementado tecnologías destinadas a procesar la información de sus ciudadanos y a analizarla con inteligencia artificial sin su consentimiento.
En un ensayo especial de la revista The Economist este dilema se llevó al campo de la teoría económica. Las economías centralizadas del siglo XX como la de la Unión Soviética, eran incapaces de calcular con exactitud el número de coches o lavadoras que debían construir debido a la falta de información fiable proveniente de sus miles de fábricas, después de todo un burócrata se jugaba el pescuezo de no alcanzar la meta dispuesta por el PCUS y a veces las medias verdades hacían mucho por alejarlo del patíbulo.
Volviendo al grano. Con la capacidad de procesar y proyectar tendencias de consumo utilizando inteligencia artificial, ¿qué impide a un país implementar un sistema económico centralizado, uno mucho más eficaz y capaz de nutrirse de información en tiempo real y fiable?
Si el mercado recoge información que nosotros voluntariamente insertamos, ¿cómo funcionaría un sistema que recopila información tanto voluntaria como involuntaria las 24 horas de día, los 7 días de la semana?
Recomiendo a todo ávido lector y amante de la economía leer el ensayo anteriormente mencionado Can technology plan economies and destroy democracy? (2019) para obtener algún tipo de respuesta y en el transcurso entretener la idea de que estamos en tierras desconocidas y que estos desafíos representaran oportunidades para plantear soluciones brillantes.