(GEC)
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Si la ministra Betssy Chávez quiere hacer activismo político e ideológico, le corresponde hacerlo desde el Congreso; no desde la cartera de Trabajo, desde la cual ha hecho de todo menos proteger a los trabajadores, más allá de las intenciones que manifiesta.

Sucedió con Cuajone, donde casi 5 mil trabajadores y sus familias estuvieron sin agua casi dos meses. Sucede en estos días en Las Bambas, donde 9 mil trabajadores están a punto de perder sus puestos y unas 3 mil personas que se ganan el sustento a través de empresas que prestan servicios a la mina ya se quedaron sin trabajo, ingresos ni ahorros.

Y sucedió también con el sector turismo, cuando su absurda decisión de autorizar una huelga de controladores aéreos justo en los feriados de Semana Santa afectó a todos los operadores y personal del sector con millonarias pérdidas. A ello se pueden agregar las iniciativas que tiene en su haber, como la nefasta de ley de tercerización y su intento de interferir con el trabajo que lleva a cabo Servir en la administración pública.

Por si esos desaciertos no fueran suficientes, se sabe, asimismo, que ha venido promoviendo un código laboral de espaldas al Consejo Nacional del Trabajo –un espacio de diálogo y negociación en la que participan representantes del gobierno, del empresariado y los sindicatos– con regulaciones que podrían fomentar la informalidad y volver más difícil la creación de nuevo empleo de calidad, formal y con todas las de la ley.

Chávez es una activista más que una técnica, pues ha demostrado fehacientemente que no mide las consecuencias de sus decisiones ni hace caso de las recomendaciones de especialistas que sí conocen la compleja realidad del ámbito laboral.

Si el Congreso la censura esta semana, cosa que debería ocurrir por el bien del país, la ministra podría volver a su curul y dedicarse más directamente a hacer política. La creación de nuevos empleos y las reformas que se puedan necesitar para mejorar las condiciones laborales en el Perú no pueden estar a merced del populismo irresponsable que, en el corto plazo, parece favorecer a los trabajadores pero a la larga no hace más que perjudicarlos. ¡Que se vaya!