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Caserito, caserita, lléveme un ministerio pues
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¿Quiere ser ministro? Para muchos ya es un honor que le ofrezcan un ministerio. Pero no es un asunto de honor, sino un trabajo. Entonces, si de eso se trata, recibida la invitación, lo que el candidato debería hacer es preguntar para hacer qué. La pregunta suena poco galante porque se la tenemos que plantear al presidente.
Lo curioso es que él no espera esa pregunta. Lo que espera es gratitud y lealtad porque cree que lo que ofrece es un privilegio. Más aún, superada la sorpresa inicial, tampoco sabría qué responder. La respuesta, sin embargo, es muy simple.
Se es ministro para ejecutar una política pública determinada, que es mucho más que los afanes del presidente. Una política pública son acciones para lograr metas sociales en el tiempo, que se establecen a partir de un consenso nacional.
Para no teorizar, vayamos a lo vivido. La hecatombe de la hiperinflación de los ochenta produjo el miedo suficiente para ponernos de acuerdo en cómo manejar las finanzas públicas. Adoptamos como regla básica la disciplina fiscal.
El riesgo de generar riqueza se lo dejamos a la iniciativa privada. La inversión pública no compite y solo se utiliza, subsidiariamente, cuando la inversión privada se retrae. El tipo de cambio flota y la emisión de dinero es controlada por el Banco Central de Reserva, a quien se le dio plena autonomía.
El consenso quedó consagrado en la Constitución de 1993 y se fijó en el ADN de la política nacional.
Durante 30 años, gobiernos de todos los tonos han ejecutado esa política pública. Gracias a ella, hemos tenido el ciclo económico de mayor crecimiento de nuestra historia y fuimos la estrellita de la región. Cuando se invita a alguien a ser ministro de Economía, sabe lo que tiene que hacer. No sucede lo mismo en otros campos. Ni siquiera en aquellos que más consenso deberían generar como salud, educación, justicia y seguridad.
Ahora que se cambian ministros a cada rato, se reclama que debieran tener capacidad gerencial, peso político y ética intachable. Es verdad, pero no es suficiente. Aunque estuviesen los mejores, sin políticas públicas, su eficacia sería muy relativa.
Sin ellas, cada ministro empieza de nuevo, no hay continuidad. Por eso la gente cree que la política no sirve para nada. Debemos volver a creer en nuestra propia capacidad. Si ya hemos construido políticas públicas eficaces en economía, podemos hacer lo mismo en todo lo demás.
Es la fuerza del consenso de una política pública lo que sostiene políticamente a un ministro y eso es lo que está faltando.
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