(Foto: ONPE)
(Foto: ONPE)

El notorio desinterés ciudadano en las elecciones regionales y municipales es, en parte, el corolario de un proceso generalizado de descomposición de la política que viene cimentándose por años pero que alcanzó niveles inverosímiles en el último quinquenio y que, a la postre, ha vuelto indigerible la política para la mayoría de los peruanos.

En los últimos cinco años hemos tenido que procesar y tolerar demasiado: el enfrentamiento descarnado entre poderes, la trivialización de herramientas constitucionales como la vacancia y la disolución, y una avalancha de escándalos de corrupción (Lava Jato, Cuellos Blancos, Gánsters de la Política y Vacunagate) que dejó a buena parte de los políticos del establishment, y de los partidos que los albergaban, enlodados (de todo el espectro político).

Todo atisbo de esperanza en la política como mecanismo para solucionar las demandas y apremios de los ciudadanos quedó pulverizado. Así, a la deriva emocional y con el entusiasmo diezmado, fuimos a votar y elegimos a Pedro Castillo. Era tal la desafección con la clase política en las elecciones de 2021 que la intención de voto se diluyó entre los más de 20 postulantes: Castillo pasó a segunda vuelta con apenas el 15.4% de los votos emitidos y Keiko con el 10.9%, los votos blancos y nulos alcanzaron el 18.7%. Es gracias a esa fragmentación electoral que Castillo llegó al poder y, blandiendo las banderas del patrimonialismo y del saqueo de lo público, nos demostró que todavía se puede cavar más profundo.

A poco más de un año de gobierno, el 67% lo desaprueba (Ipsos, setiembre) y ningún político ha sido capaz de capitalizar sobre el rechazo apabullante a su menesterosa gestión. De hecho, el 50% de peruanos no se siente representado por ningún líder político y el 18% no sabe ni opina (IEP, setiembre).

Esa apatía con la política nacional se traslada a nivel subnacional. El resultado del fallido proceso de descentralización iniciado a inicios de siglo, en el que se transfirieron competencias y presupuesto, pero no capacidades, fue la proliferación de políticos que llegan al poder con agenda propia a través de movimientos regionales (en buena hora los movimientos provinciales y distritales fueron proscritos) que carecen de planes de desarrollo para sus regiones. El resultado: baja ejecución del gasto, priorización inadecuada de las necesidades de la población y corrupción a borbotones. Así las cosas, es natural el desinterés en esta elección.

Si no se profundiza la reforma política para institucionalizar a los partidos y si no se replantea la descentralización, difícilmente veremos mejoras en la calidad de la política.