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Sobre caballos y scooters
La política pública no se define encontrando soluciones inmaculadas. Para resolver un problema, tendremos que incurrir en una serie de costos.
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En la segunda mitad del siglo XIX, el transporte en la ciudad de Nueva York era caótico. Los accidentes eran frecuentes y el tráfico insufrible. La contaminación generaba un gran problema de salubridad. Lo mismo ocurría en París y en Londres. Pero, curiosamente, no había automóviles.
El transporte se hacía en lentos y torpes carros jalados por caballos. Podría creerse que eran ecológicos. ¿Cómo contaminaban? Generaban más de medio millón de toneladas anuales de caca.
El excremento se lampeaba hacia los lados formando montículos, como se hace hoy con la nieve. Pero el estiércol no se derrite. Se acumulaba, formando montañas de guano en putrefacción. La lluvia arrastraba restos hacia las casas, atrayendo moscas y haciendo el ambiente irrespirable. En 1898, en la primera conferencia mundial de planeamiento urbano, el estiércol de caballo fue el asunto principal. Casi como el calentamiento global en una reunión de ambientalistas.
Esta situación, descrita por Levitt y Dubner, cambió dramáticamente a inicios del siglo XX. Un invento extraordinario resolvió el problema de tráfico y salubridad: el automóvil.
Pero este gran avance generó desconfianza. Se vieron los problemas y no los beneficios. Se dejaba de ver lo que se resolvía y buscaron prohibir los automóviles porque no entendían su relevancia. De haber tenido éxito, viviríamos en otro mundo muy distinto (y mucho peor) que el actual.
Hoy vemos a los autos como en el siglo XIX veíamos a los caballos. Son un gran problema que genera congestión, accidentes y contaminación. Pensamos que la solución está en la regulación y no en la innovación. Aparecen los scooters y bicimotos eléctricos y se comienzan a dar tímidos pasos para masificar la bicicleta. Y en lugar de ver lo que nos traen, vemos solo los problemas.
En el colmo de la miopía, hay autoridades como el alcalde de Miraflores, que pretende limitar su uso y ha llegado a solicitar que se empadronen los scooters e, increíblemente, las bicicletas. En lugar de ver la oportunidad, maximiza el problema. Si hubiera sido alcalde de Nueva York en el siglo XIX, habría promovido seguir desperdigando excremento de caballo por doquier.
No pretendo decir que los scooters y las bicicletas son una solución definitiva al problema del tráfico limeño. Pero, sin duda, pueden ayudar.
Cada scooter o bicicleta usada puede significar un viaje menos en automóvil. Y los automóviles causan más tráfico, peores accidentes y mucha más contaminación. La llegada de viajes con menores externalidades debería ser vista no como una maldición, sino como una bendición.
¿Que los scooters deben ir por la pista? Puede ser. Pero seamos conscientes de que un atropello por un carro a un scooter es más peligroso que el atropello de un peatón por un scooter.
No existe ninguna solución a ningún problema que no genere costos. La reacción no es, por tanto, prohibir la solución, sino buscar formas de reducir dichos costos.
Si a inicios del siglo XX ello no se hubiera entendido, viviríamos todavía en medio de un tráfico equino imposible y enterrados en excremento de caballo.
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