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"Con el artista, el Estado ha sido poco generoso"

“Julio Ramón era una persona reservada, pero muy generosa y de trato agradable; sus formas eran espectaculares y estaba lleno de tolerancia”. Francisco Lombardi rememora a Ribeyro.

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"Me siento honrado por haber recibido el Premio Nacional de Cultura. Es un reconocimiento de envergadura especial –te lo da la nación, el país– y permite una proximidad con un público que no siempre ve al cine como 'cultura'. Además, le otorga a la cinematografía peruana un rol de relevancia. Por otro lado, la mayoría de premios que he recibido me los han dado fuera, por eso, este lo acepté con mucha alegría, porque, además, siento que es una especie de reconciliación con mi trabajo, con mi entorno, y, si a eso le sumamos la calidad del jurado, integrado por personas como Salomón Lerner, a quien admiro, la alegría se incrementa. Por otro lado, yo no soy de devolver o no recibir premios… salvo que quien lo otorgue sea reprobable éticamente… y este no es el caso". Así comienza nuestro diálogo con Francisco Lombardi, el director de películas como Bajo la piel, La ciudad y los perros, La boca del lobo y muchas más, cuya trayectoria acaba de ser reconocida con el Premio Nacional de Cultura.

¿Siente que aquí ha habido poca valoración de su trabajo?El Perú, si alguna característica tiene, es el poco valor que les da a sus manifestaciones culturales. Este es uno de nuestros déficits más profundos: con el artista, el Estado ha sido poco generoso, aunque algo se está haciendo para paliar esto.

Empezó su carrera en los 70. ¿Le resultó difícil hacerse cineasta?No, tuve mucha suerte, aproveché bien mis momentos. Lo que siempre tuve es una necesidad inmensa de crear, de hacer del cine mi modo de vida, y estas convicciones fueron las que me permitieron seguir adelante. Es cierto, cuando empecé a hacer filmes era una tarea titánica, pero tuve a mi lado a un productor como José Zavala Rey de Castro, lamentablemente fallecido, quien me dio el primer impulso, y, si tuve un mérito, fue aprovechar bien esa oportunidad. Luego, en los 80 y 90, cuando hacer cine era muy caro y no había las facilidades que hoy hay gracias a la tecnología, si algo destaco es mi perseverancia, mi tenacidad. Sí, he vivido momentos complicados…, pero también he pasado por momentos felices, y estos –más la experiencia– me dieron la energía suficiente para continuar.

Por obra, es nuestro cineasta más persistente…Quizás esta también sea una de las razones por las que se me otorgó el Premio Nacional de Cultura: la tenacidad, la cantidad de películas que he realizado. He filmado 16 cintas: estoy bastante contento con seis o siete, un poco menos con tres o cuatro y menos contento con las restantes. Si uno se pone a ver la carrera de un escritor, de un dramaturgo, de un director teatral, notará que la calidad no es constante, por eso, situaciones como la mía –la valoración distinta de mi propio trabajo– son totalmente admisibles. Disfruto mucho mi trabajo, por eso valoro positivamente casi la mitad de mis cintas, pues preferí hacer cine incluso en aquellos momentos donde no estaba en mi cumbre de inspiración.

¿Hizo el cine que quiso o el cine que pudo?El que quise y el que pude. Los oficios creativos son ingratos en el sentido de que, por más bien que hagas algo, siempre te quedarás insatisfecho, siempre creerás que pudiste hacerlo mejor.

Desde siempre, su cine tuvo muchos vínculos con la literatura. Textos de autores como Congrains, Fuguet, Dostoievski, Vargas Llosa y Ribeyro, por citar algunos nombres, han dado origen a algunas cintas suyas…Siempre quise combinar la literatura con el cine. Soy un lector empedernido, sobre todo de narrativa. Por eso, muchas novelas y cuentos han sido una inspiración, un punto de partida para algunas de mis películas. En el caso de La ciudad y los perros, fue el libro que me hizo lector, la novela que me descubrió la literatura, una luz en mi vida: la sentí cercana, hablaba de cosas que me sucedían y sentí, por primera vez, que la literatura y la realidad estaban vinculadas. Por eso, desde que la leí, me planteé el objetivo de llevarla a la pantalla grande. Y, como cinta, mal no le fue: se presentó en el Festival de Cannes, el más prestigioso del mundo; y en San Sebastián (España), donde recibí el premio a Mejor Director.

Yo siento que la película no ha envejecido…Afortunadamente, no. Esta cinta es una de las que me siento orgulloso. Y de Mario Vargas Llosa también hice Pantaleón y las visitadoras, pero esa película la hice por encargo. Al inicio, íbamos a hacer una miniserie, pero, cuando empezamos a trabajar el proyecto, surgió la idea de hacer una película. Aunque hecha por encargo, me gusta por su resonancia internacional y por la ilusión que le puse.

*Ribeyro murió hace 20 años. Una de las historias de Caídos del cielo nace de Los gallinazos sin plumas, uno de sus cuentos más celebrados… *Mi relación con él fue entrañable, tengo un gran recuerdo de él. Terminé la película en Francia, en un laboratorio de París. Allí hice una pequeña proyección, a la que invité a Ribeyro. Estaba temeroso de su reacción, pues le hice algunos cambios a un cuento clásico suyo: ya no había un abuelo, sino una abuela y, además, hice a esta también una víctima: ella era cruel, sí, pero estaba ciega. Julio Ramón tomó estos cambios con naturalidad y, terminada la proyección, me dio un abrazo y me agradeció por la película. Me contó que siempre tenía miedo de las adaptaciones que hacían de sus cuentos, pero que mi versión le había gustado. Allí nació una amistad que se prolongó hasta su muerte. Él, cuando estaba en confianza, era un gran conversador; era una persona reservada, pero muy generosa y de trato agradable; sus formas eran espectaculares y estaba lleno de tolerancia. Y, como escritor, también me seducía porque cultivaba la literatura clásica, vertiente que, en el cine, yo también sigo.

Optó por lo clásico y no por la vanguardia…Siempre he sentido una inclinación especial por aquellas películas que se pueden ver con un público masivo, que cuenten historias que conmuevan y entretengan incluso a los no iniciados. Siempre quise hacer películas que, aunque cercanas a elementos comerciales, pudiesen producir elementos artísticos, personales. Esta tarea no es fácil, el reto está en hacer de este cine uno de expresión personal.

Por Gonzalo Pajares (gpajares@peru21.com)