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¿El arte terrorista?
“Si uno va a llamar públicamente ‘terrorista’, ‘terruco’ o ‘proterruco’ a otro, muy bien: pero que entregue a la Policía las pruebas”.
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Esta semana, un importante diario publicó, en su primera plana, que un conjunto de pinturas había sido inmovilizado antes de que se expusiera en el Museo de Arte de Lima (MALI). El Ministerio Público y la Dirección contra el Terrorismo de la Policía encontraron en varias menciones al grupo terrorista Sendero Luminoso, lo que consideraron un indicio de apología del terrorismo. Entonces estalló el debate sobre si la muestra debía o no ser catalogada como delictiva y, por su puesto, varios políticos no dudaron en sumarse al bullicio desde su “conocimiento”.
El congresista Tubino, por ejemplo, no dudó en publicar en sus redes sociales una foto de la académica Natalia Majluj –cuya trayectoria es impecable, dicho sea de paso– en la que recibía un cuadro con una hoz y un martillo de manos de la terrorista Maritza Garrido Lecca. El detalle está en que, como es cada vez más común, la foto era trucada. Majluf recibía, efectivamente, una condecoración, pero no de Garrido Lecca y no una hoz y un martillo. ¿Ofrecerá disculpas el congresista Tubino? Bien haría en explicar que se equivocó groseramente.
La exposición, en realidad, estaba compuesta por una serie de expresiones que buscan dar testimonio de lo que se vivió en el interior del Perú durante los años en los que Sendero Luminoso desangró al país. ¿Cómo representa uno la barbarie sin que los perpetradores aparezcan como personajes centrales de la acción de violencia? ¿Cómo puede uno recordar sin repasar los episodios que hoy son las cicatrices con las que, justamente, debemos los peruanos lidiar? ¿En qué suma andar tildando de terrorista a cualquiera que no piense como uno?
Por respeto a las víctimas del terrorismo y a nuestras Fuerzas Armadas, que hasta el día de hoy se enfrentan con la versión vendida al narcotráfico de Sendero Luminoso –mientras los tentáculos legales como el Movadef siguen avanzando en silencio–, nos tocaría ser más responsables a la hora de utilizar términos que se han vuelto demasiado comunes. Si uno va a llamar públicamente “terrorista”, “terruco” o “proterruco” a otro, muy bien: pero que entregue a la Policía las pruebas. Que no sea cómplice de tan grave delito.
Porque si hay algo que es miserable, es usar el terrorismo para erigirse uno como una autoridad y ganar espacio político. Sendero Luminoso fue un cáncer con el que tendríamos que jugar menos en el discurso baboso del día a día.
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