(GEC)
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Brasil, Perú y Chile son los que registran más contagios por cada 100 mil habitantes. En nuestro país, al terminar junio, bordearemos los 300 mil casos positivos. La letalidad está en alrededor del 3% y a fin de mes estaremos llorando más de 8,000 muertes. Las voces médicas reconocidas, como la jefa del Comando COVID, Pilar Mazzetti, con el dolor honesto de su expresión, ha dicho que la inmovilización social obligatoria ya no sirve. En la práctica, la falta de empleo, el hambre y la desesperación acabaron hace días de facto con las restricciones impuestas hace tres meses por el Gobierno de Vizcarra.

El decano del Colegio Médico ha dicho que adelanten el levantamiento de la inmovilidad, porque ya no suma en términos sanitarios. Las voces que comandan los sectores militares y policiales han manifestado su propósito de ampliar el toque de queda hasta fin de año. La premisa no sería la emergencia sanitaria, sino el manejo de la avalancha criminal que solo se quedó escondida cuando todo esto comenzó. Seguramente mucha gente piensa que si metemos a todos en las casas durante las noches, el sueño de la tranquilidad se convierte en realidad. Es decir, tratarnos como niños obligándonos a acostarnos temprano para evitar que los ‘cucos’ de la calle nos engullan.

El Gobierno, amparado en las prohibiciones excepcionales, quiere pensar y decidir qué es lo mejor para los ciudadanos. El Congreso te quiere meter leyes de corte popular (congelar deudas, retroceder lo andado en el licenciamiento de universidades, no pagar peajes…) buscando un lugarcito en las próximas elecciones; también por intereses económicos individuales y partidarios. Mientras tanto, tenemos un Perú paralizado, con millones de desempleados, que lo único que quiere es que de una vez por todas se ‘arranque’ el maldito virus para intentar reconstruirnos, una vez más.

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