Milei empujó el arado, rayó la cancha e identificó a sus enemigos. En pocas palabras, desnudó a la ONU y mostró sus partes nobles e innobles.
Dijo que nació “del horror de la guerra más cruenta de la historia global con el objetivo principal de que nunca volviera a ocurrir”. Para eso —añadió— “la organización grabó en piedra sus principios fundamentales en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Ahí se consignó un acuerdo básico, en torno a una máxima: que todos los seres humanos nacen libres e iguales, en dignidad y derechos” y ello —acotó— bajo el manto de un orden que permitió al mundo entero integrarse comercialmente, competir y prosperar, así como conseguir 70 años de paz global y el mayor crecimiento económico de su historia.
Pero —en algún momento— (dijo Milei), la ONU dejó de velar por los principios de su declaración y mutó de un escudo para proteger a los hombres a un monstruo de múltiples tentáculos, “que pretende decidir no solo qué debe hacer cada Estado-Nación, sino también cómo deben vivir todos los ciudadanos del mundo”, lo que incluye la vuelta solapada del despropósito nazista y fascista de entrometer al Estado entre los padres y sus hijos menores, contra lo que —por ejemplo— nació y se fundó la ONU.
El modelo exitoso de la ONU fue abandonado. Se reemplazó por una cosa supranacional de burócratas internacionales sin voto popular, que impone un modo de vida determinado y el rumbo trágico de un programa de gobierno, “de corte socialista, que pretende resolver los problemas de la modernidad con soluciones que atentan contra la soberanía de los Estados-Nación y violentan el derecho a la vida, la libertad y la propiedad de las personas” (Agenda 2030 y su sucesor, el Pacto del Futuro).
Milei no solo invitó a las naciones del mundo libre al disenso frente a ese pacto, sino que promovió la creación de la Agenda de la Libertad para poner a todos a la vanguardia por la fatiga de su defensa y la cosecha de sus bendiciones.
Acepto, desde esta columna, la invitación y la fatiga por la libertad, aun sabiendo que —en mi caso— es como agua en el pico de un colibrí apagando un incendio, pero también la gota continua que llenará la represa que aplastará —nuevamente— los zurdos y falsos designios de nuestro tiempo.