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Aguante peruano
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Estamos viviendo la peor crisis política desde el 14 de setiembre de 2000, cuando la prensa empezó a difundir los “vladivideos” que revelaron cómo Montesinos sobornaba a dirigentes políticos, empresarios importantes, medios de comunicación y gobiernos locales para que se alinearan con el gobierno.
Este hecho marcó el fin del mandato de Alberto Fujimori, quien, después de que su renuncia por fax fuera rechazada por el Congreso, fue sometido a una vacancia presidencial por incapacidad moral –figura constitucional que se le impondría a PPK el día de mañana–. En consecuencia, a los siete meses de semejante escándalo, se convocaron elecciones generales extraordinarias, y salió electo como presidente Alejandro Toledo.
Si bien la crisis política que se vive en el país con PPK es diferente a la que se vivió con Fujimori, existe un riesgo común: elecciones después de la vacancia presidencial. Este escenario inevitablemente afectaría de forma negativa el crecimiento, debido a una contracción del consumo y la inversión privada y pública.
Ante ello, cabe preguntarse qué tan resiliente es el país para enfrentar nuevamente dicho escenario. Por un lado, contra viento y marea, a finales del tercer trimestre de 2017 la demanda interna se incrementó en 4%; explicada por el aumento del consumo privado, el consumo del gobierno y la inversión (INEI). Esto sugeriría que aún tenemos aire.
Por otro lado, a diferencia de la década del 90, (i) el Perú cuenta con mayor profundización financiera, (ii) el BCRP goza de mayor autonomía y mejor operatividad, (iii) las cuentas fiscales son relativamente sólidas y (iv) el nivel de deuda pública es bajo. Todo esto gracias a la solidez macroeconómica construida en los últimos 15 años.
Todo esto no basta para pensar en desarrollo y “primer mundo”, pero sí al menos para estar seguros de que de esta caída también nos levantaremos, por más dura que sea.
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