"Descontando los exceptuados de pagar el IR, son más de 10 millones de trabajadores que se refugian dentro de las tinieblas de la informalidad".
"Descontando los exceptuados de pagar el IR, son más de 10 millones de trabajadores que se refugian dentro de las tinieblas de la informalidad".

Seguí con atención, y debo admitir que también con bastante intriga, el intercambio de palabras que la ex congresista Marisa Glave mantuvo a través de las redes sociales con una reconocida periodista sobre el Impuesto a la Renta (IR) en nuestro país.

La ex congresista venía haciendo eco de algunas de las ideas en materia fiscal que el candidato socialista a las primarias demócratas estadounidenses, Bernie Sanders, viene pregonando en su campaña, sobretodo la del diseño de un mecanismo de impuestos más progresivo.

La señora Glave pareció olvidar por unos momentos que nuestro país no es EE.UU., donde no pagar tus impuestos o llevar a cabo alguna treta fiscal para evadirlos, es visto como una afrenta, te puede granjear una condena bastante draconiana y hasta puede colocarte detrás de los barrotes.

Olvidó que vivimos en el país del 10%. Me refiero a ese 10% sobre una Población Económicamente Activa (PEA) de un poco más de 16 millones de personas que pagan anualmente su IR, contribuyen al raquítico Estado de Bienestar y cumplen a cabalidad su deber con la sociedad.

Descontando los exceptos de pagar el IR, son más de 10 millones de trabajadores que se refugian dentro de las tinieblas de la informalidad donde, debido a las exigencias fiscales actuales, evaden sus responsabilidades y operan fuera del marco la ley.

Después de todo, ¿qué impulsaría al dueño de una mype a formalizarse y tener que correr con los gastos adicionales para con sus trabajadores y las arcas del Estado? ¿O a un trabajador a exigir beneficios a su empleador sin correr el riesgo de ser cesado?

Cualquier reforma tributaria entorno al IR será inútil a menos que se arregle el lastre de la informalidad que se sitúa en torno al 65%. Exigir indignada – como es experta la izquierda– una mejora en la calidad de los servicios públicos es un grito al vacío. Unos pocos no pueden sostener a la mayoría a punta de incremento de impuestos.

Y con esto no estoy diciendo que no debamos combatir la elusión o el fraude o reducir la presión fiscal de las grandes empresas, nada de eso. Abogo por ayudar al pequeño emprendedor peruano que se esfuerza diariamente por salir adelante y que por falta de educación tributaria o sobrecostos laborales se ve reticente a insertarse dentro de la formalidad.

Pero indigna aún más que la izquierda reclame una reforma tributaria cuando, a día de hoy, los presupuestos públicos no se ejecutan en su totalidad y además pésimamente. ¿Por qué usted debería entregar al Estado más dinero de su bolsillo, si ni siquiera puede confiar en que lo gaste bien y a tiempo?

Cuando nos proponemos llevar a cabo grandes reformas lideradas por una fórmula de estadistas y profesionales, además de una buena dosis de liderazgo político, solemos llevarlas a buen puerto. Así hicimos con las reformas monetarias de los noventa y el equilibrio macroeconómico de este siglo, logros que deberían alegrarnos, visto los problemas en Argentina y Bolivia.

Si hemos reducido la pobreza en 50%, ¿qué nos impide incrementar la formalidad? Agilizar los tiempos de tramitación, reducir los gastos de contratación, otorgar beneficios fiscales y aplicar un IR reducido para los nuevos formalizados podrían ser algunas de las reformas a ponderar.

Estando el país como está, el Estado debería preocuparse por incrementar la formalidad y fortalecer a la clase media peruana. Una economía no puede prosperar mientras el grosso de su población no contribuya a mantener el estado del bienestar y sea zambullido en burocracia por querer hacerlo.