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La vida en China tras superar el temor del coronavirus
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Cuando a fines del año pasado empezaban a reportarse desde China las primeras noticias del COVID-19, muchos pensábamos que era una situación que no se iba a repetir en nuestro país. Estando ya cerca de los 80 días de cuarentena, vemos cuán equivocados estábamos sobre el peligro de esta enfermedad. La realidad ha sido tan cruel sobre nuestro error que el Perú ya tiene cifras oficiales superiores a los 83 mil infectados y a los 4,600 muertos que registra el país asiático.
Así como esa situación fue vista como lejana, hoy ocurre lo mismo cuando leemos o escuchamos los testimonios sobre la vida en China tras haber contenido la expansión del coronavirus. En ese país ya se respira un aire de normalidad. O algo parecido a ella.
LA VIDA CASI COMO ERA
Tina Jiang es educadora y vive en Shanghái, ciudad china con 24 millones de habitantes y que registra 669 contagios de COVID-19 a la fecha. Antes de comunicarse con Perú21, nos pidió explícitamente que no respondería sobre temas del gobierno ni política. Con esa regla en cumplimiento, nos comentó que en su país nunca se establecieron toques de queda pues las mismas personas no salieron a las calles por el temor a ser infectados y ello contribuyó a que el virus sea retenido.
“Diría que hemos vuelto a lo normal, pero no es la mismo de antes. Las personas obedecen la regulación. Vestimos las máscaras en espacios aglomerados como el metro, el bus, centros comerciales. Si no lo haces y no mantienes distancia social, se te prohíbe el ingreso”, explica.
Tina cuenta que ya han abierto la gran mayoría de negocios como restaurantes, bares y también centros comerciales. Aún no abren los cines ni tampoco los colegios ni las universidades.
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La educadora asegura que las personas no temen que se registre una segunda ola de la pandemia. “Creo que todos están esperando por la vacuna”, dice.
La presencia de la tecnología es uno de los cambios más notorios. Antes, la mayoría de las actividades comerciales se realizaban de forma presencial, pero ahora se promueve lo online.
“En el trabajo, ahora pienso en cómo ser más creativa. Y en lo que se refiere a la vida, después de la pandemia, aprecio cosas que antes daba como seguras, como el aire, el agua y la comida”.
Algo que le dejó la pandemia es la sensación de incertidumbre. “Todos estaban tan asustados. No sabían qué hacer. Simplemente decidimos quedarnos en nuestros hogares y salir solo para comprar víveres diariamente”, cuenta.
MIEDO Y DISCRIMINACIÓN
Al sur de China, en Quanzhou, está Adina Oniciuc, profesora rumana de inglés que vive hace cinco años en esta pequeña ciudad famosa por sus fábricas de zapatos y en donde el COVID-19 infectó a 350 personas, según cifras oficiales. Si bien, en la quincena de febrero, la pandemia obligó a un confinamiento total de los ciudadanos por 4 o 5 días dentro de sus casas, Adina cuenta que las mascarillas y el distanciamiento social ya son cosas del pasado.
“Luego de los toques de queda, las medidas se relajaron. Hoy la gente sale a las calles tranquila y solo algunos con mascarillas. Diría que solo el 50% las usan. La otra mitad ya ni se molesta en ponérselas”, explica.
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Oniciuc nos envió fotos suyas paseando a sus perros y se ven personas en los centros comerciales sin mascarillas, parejas caminando abrazadas y niños jugando en las calles.
También comentó que han vuelto a funcionar los bares, restaurantes, gimnasios y los KTV, que son cuartos de karaoke.
En tanto, la mayoría de los colegios aún permanecen cerrados. En los que sí funcionan, los profesores están obligados a enviar un reporte de salud a través de una aplicación de celular. No es el caso de Oniciuc, quien no cuenta con visa de trabajo y dicta clases particulares en las casas de sus alumnos.
Tras el levantamiento de las restricciones y sin reportes de casos, las autoridades tampoco verifican el cumplimiento obligatorio de mascarillas como lo hacían cuando inició la pandemia.
“Ahora de la nada, empiezan a verificar, pero más parecen exageraciones. A veces, también se ven a personas ‘pulverizando’ las calles con desinfectantes”, comenta.
Además, cuenta que la situación no se desbordó durante los días de toque de queda y “aunque no hay mucha transparencia de lo que pasa”, sí se conoció de varios incidentes como la clausura de viviendas.
“En el edificio donde vive un amigo, detectaron un caso. Por la noche fue reportado y en la mañana siguiente, las autoridades bloquearon todo el edificio. Nadie podía salir ni entrar por una semana. Las autoridades designaron a un oficial que se encargó de recoger la basura de todos los departamentos. Y esa misma persona les llevaba comida”, dice Adina.
Lo que sí ha dejado la pandemia en esta ciudad es el miedo a los extranjeros. Por ser rubia y blanca, Oniciuc causa preocupación a los chinos de su ciudad. Relata que en varias ocasiones le han pedido que no se suba al mismo ascensor porque piensan que los europeos tienen el coronavirus. El mismo temor se presenta en restaurantes, por parte de comensales y meseros.
Cuando le cuento sobre la crisis en el Perú, Adina no me cree. Piensa que bromeo, pero me dice que si seguimos las reglas superaremos el virus. Quizá así podamos estar en la situación que hoy vive China luego de un largo sufrimiento.
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