“¡TORERO!, ¡TORERO”. Joven diestro latinoamericano impuso su autoridad en la plaza de la Maestranza de Sevilla. (Foto EFE)
“¡TORERO!, ¡TORERO”. Joven diestro latinoamericano impuso su autoridad en la plaza de la Maestranza de Sevilla. (Foto EFE)

Vivimos en tiempos en que todo puede ser una simulación. Inclusive la inteligencia, tal como lo están revelando a pasos acelerados los últimos desarrollos del pensamiento artificial.

En este contexto sobrevive aún una profesión antigua, que a su vez genera una cultura e inclusive un arte, en donde cualquier acercamiento a la impostación solo supone fracaso y error. Lo que es peor, embuste y cobardía.

Hoy en día la sigue siendo honestidad brutal y coherencia no negociable de parte de quien la practica. Aquí no hay floro. Es un oficio donde en el día a día uno se juega la vida.

Si este oficio pasado de moda sigue teniendo vida e inclusive está empezando a convocar aficionados entre las nuevas generaciones, es en gran parte debido a un peruano: Andrés Roca Rey.

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Su decisión temeraria al momento de enfrentar su oficio es un argumento irrefutable de coherencia hasta las últimas consecuencias. La gloria o la vida. Su valentía, que ya era innata pero que además va creciendo con la práctica, está decantando en maneras de hondura y esteticismo que se remontan a los mejores momentos en la historia del toreo. Así lo reconocen hasta en España, cuna del toreo y no siempre entusiastas de que un extranjero les enseñe como debe hacerse lo que ellos inventaron.

El Perú, país de mayorías taurinas que convocan multitud de festejos regionales que los que van a Acho ni se enteran, reconoce transversalmente en Andrés a una figura pública, popular y querida. Él siempre se preocupa de torear en las plazas de provincia donde es requerido, sabedor de que en el interior del país se sustenta la médula taurina de su país de origen.

El matador de toros abandona la plaza en hombros y por la puerta grande cuando por lo menos corta dos orejas en una tarde. Así funciona en todas las plazas, salvo en la de la Real Maestranza de Sevilla. La exigencia andaluza dictamina que son tres las orejas que hay que cortar para que se le abra la Puerta del Príncipe al triunfador.

Durante años Roca Rey soñaba con abrir esa puerta. En algunos casos se quedó en el umbral. En otros, no pocos, se lo negaron descaradamente. Hasta que ayer, viernes 21, cortó los tres apéndices requeridos. Banderas peruanas flameaban en los tendidos. Inclusive algún compatriota ondeaba en la plaza una camiseta de la selección. Los colores nacionales volverán a verse en la plaza española en mayo, cuando Roca Rey toree en la Feria de San Isidro en la plaza de Las Ventas. Que es la que da y la que quita en el mundo del toreo.

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