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La segunda llegada del ‘Cristo Cholo’: “Todos los caminos que tomé me llevaron a Dios”

Todo fiel asistente a la representación de la pasión y muerte de Jesús en la capital del Perú conoce a ‘Cristo Cholo’. Pero, ¿qué tanto conocemos de Mario Valencia?

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Fecha Actualización
Mario Valencia Rivadeneira nunca ha podido descansar en Semana Santa. Por lo menos no en los últimos 45 años. En marzo o abril. En frío o en calor. Enfermo o sano. Siempre se las ha arreglado para no faltar a una tarea que hasta le ha cambiado el nombre: interpretar a Jesús de Nazareth en el tradicional vía crucis que se realiza cada año en el cerro San Cosme.
“El Cristo cholo”, le dicen en las calles. A él le gusta el sobrenombre, se siente orgulloso.
Google nos arroja cerca de 300 mil resultados al colocar su nombre en el buscador. Una forma de confirmar su popularidad, sobre todo en Semana Santa. ¿Pero qué tanto conocemos realmente a Mario Valencia?
El Cristo Cholo no nació en Belén. Más bien creció en los barrios más peligrosos de Lima. Cuenta que sus primeros pasos los dio en el jirón Renovación en La Victoria. Años después, ya niño, se mudaría junto a su familia a Barrios Altos. Recibiría la adolescencia en Comas, precisamente en la hacienda Pampa de Collique.
“He tenido una infancia completamente precaria. Me he criado en la calle desde los seis años. Agradezco a Dios, nuestro padre celestial, que me haya regalado esta vida para hacer lo que hago en Semana Santa”, cuenta, con una voz solemne y melancólica, como si se estuviese confesando ante un cura
La madre de ‘Cristo Cholo’ se llama María, como la virgen. Tuvo a su primer bebé a los 18 años y no fue del Espíritu Santo, sino de un hombre que la abandonó tan pronto se enteró de que estaba embarazada. Sin embargo, María tenía cerca a su vecino Julio Valencia, un joven que trabajaba en una joyería dentro del aeropuerto. Él se enamoró de su vecina, quien para ese entonces cuidaba a su bebé sola. José de Nazaret es la versión más famosa de padre putativo en la historia cristiana, Julio Valencia sin querer fue la copia contemporánea. Decidió firmar al pequeño Mario como su hijo y hacerse cargo de él.
“Cuando era un niño hice sufrir a mi madre. Me fui a temprana edad de casa. Ella sigue sufriendo por las cosas que me han pasado, es una situación completamente complicada para mí. Le pido perdón, le pido al señor que le de salud porque mi madre no merece que esté sufriendo por lo que le hice pasar”, dice Mario Valencia.
Al notar las carencias en el hogar, Mario decidió prontamente salir a las calles a buscarse el pan, Aceptó diversos trabajos. No fue carpintero, pero sí canillita, lustrador de zapatos, vendedor de maní, recogebolas y hasta cobrador de bus. A sus 65 años recuerda estos días con nostalgia y tristeza. La voz se le aflauta al confesar que por aquellos años lo más probable era que termine sus días en la cárcel o en algún incidente violento. “Conocí lo malo, lo feo, lo horrible. Todos los caminos que tomé me llevaron a Dios, resume.

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“Soy entrenador de fútbol”
Los años lo llevarían a ‘Cristo Cholo’ pensó en su futuro profesional y estudió para ser asistente de educación física, pero no pudo ejercer debido a los estereotipos de la sociedad que lo juzgaba por su imagen de rasta. Aunque Valencia prefiere llamarlo “estilo”.
“Soy entrenador de fútbol, estudié en el Instituto de Investigación y Desarrollo del Deporte (IDDE) y soy titulado por la Federación Peruana de Fútbol. Gracias a Dios, después de tantas luchas tengo mi carnet”
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Acercamiento a Dios
Se podría decir que Mario vivió su propia pasión por muchos años. Tocó fondo. No una, sino muchas veces. La oscuridad puede ser un lugar desolador, pero también una oportunidad. En la Biblia abundan los ejemplos de redenciones y salvaciones de personajes que parecían desamparados. Mario, sin saberlo, viviría la suya propia. Tal como una vez dijo José Luis Sampedro, no el apóstol, sino el escritor y político español: “Al tocar fondo, incluso en la amargura y degradación, es cuando uno descubre quién es y comienza a tener una base firme.”
¿Cómo terminó personificando al hombre más importante de la humanidad? Ocurrió a los 19 años. Para las cámaras y las entrevistas de Semana Santa, Mario tiene una respuesta ensayada. Cuenta que una tarde, creyendo escapar de la Policía, ingresó a una iglesia. Allí, se gestaría el cambio, una especie de transformación que lo convertiría en un hombre religioso.
Sin embargo, esta historia tiene más matices.
La oscuridad en su vida había alcanzado niveles insoportables, revela Mario. Uno de sus hermanos había fallecido por VIH y él se dejó invadir por el dolor y la delincuencia. Eran los años donde la ribera del río Rímac, entre la basura y la indigencia, se había convertido en su hogar. Mario se recuerda con cabello largo desaliñado, sucio y con una barba larga.
Fue en aquellos días de aflicción y abandono que empezó a mirar el cielo. “Señor, si tú verdaderamente existes, sácame del infierno en el que estoy viviendo y te prometo que cargaré tu cruz hasta que tú me lo permitas”. Fue en una de esas oraciones que sentiría que alguien tocaba su hombro.
Valencia cogió de su mano y escuchó decir “Camina Mario, camina”. En ese momento él sintió algo caliente detrás de su espalda, Valencia se asustó porque pensó que era la policía. Caminaron hasta la Parroquia Nuestra Señora de las Victorias. Tocó la puerta y les abrió el padre. Valencia volvió a escuchar una voz decir: “Padre, hemos venido para que usted ayude a este hombre”. El religioso salió y le dijo: “Pase hermano”.
A partir de ese día, comenzó a quedarse todas las noches en la iglesia. Hasta que un día el cura le preguntó si deseaba a participar para una obra en Semana Santa. Ese fue el primer casting para Valencia. “Se presentaron como 500 Jesús, y gracias a Dios me eligieron a mí. Desde ahí, llevo cargando mi cruz hace 45 años”, recuerda.

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