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[Crónica21] Run Run, un zorrito que tuvo en vilo la ciudad
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El relato comenzaría advirtiendo que el pequeño animal apareció un día cualquiera a rondar por un cerro limeño. El asentamiento humano Sol Naciente, a poco más de una hora del centro de Lima, dejó de ser solo un lugar en el mapa y pasó a ser el escenario de esta historia.
Los vecinos cuentan que la primera vez que vieron a Run Run deambulando entre calaminas y corrales fue a mitad de este año. El animal empezó a llamar la atención por sus piernas delgadas, su lomo marrón y negro, su hocico largo y orejas puntiagudas. Se le veía buscando comida, ganándose el cariño de los perros. Las gallinas, cuyes y patos, formaban parte de su dieta diaria. El pollo a la brasa que le lanzaban algunos, también.
Pero un día apareció su ‘dueña’ o, mejor dicho, la persona que dijo conocer su procedencia. Resulta que Run Run no apareció de la nada, como en los cuentos clásicos. Más bien había sido comprado a inicios de mayo cuando aún era cachorro por el hijo de Maribel Sotelo, una vecina de Sol Naciente. El joven de 16 años caminaba por el jirón Ayacucho -el conocido y perpetuo lugar de venta ilegal de animales en el Centro de Lima- cuando un hombre que no sobrepasaba el 1.60 de estatura se le acercó con un cachorro metido en una mochila. Le pidió apenas S/50 por el animal. No hubo más preguntas. Según el joven, el magullado cachorro estaba condenado a muerte por la gravedad de sus heridas.
Creyendo que traía a casa a un perro Huski, el joven se las arregló para curar las heridas. Lo hicieron untándole cremas como Cóncha de nácar. Nunca fue al veterinario. Dicen que su nombre vino por el sonido que el animal hacía cuando alguien se le acercaba. Imposibilitado de ladrar, el zorrito solo soltaba “ruun, ruun”.
Pero al pasar los días y a medida que Run Run crecía la familia cayó en la cuenta de que lo que tenían en realidad no era un perro, si no un zorro. Entristecidos, pero sabiendo del peligro que corrían tanto ellos como el propio animal silvestre, llamaron a las autoridades para que se lo llevasen. Nunca llegaron.
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La familia ideó entonces un plan. Un amigo se encargaría de trasladarlo a alguna parte de la sierra. Sin embargo, el 24 de mayo faltando pocas horas para el viaje y con Run Run ya enjaulado, lamentando su mala suerte, el sonido de un estruendoso relámpago le dio el empuje y caos exacto para escaparse de la casa. Desde ese momento Run Run quedó libre por el cerro, comenzando así una travesía que duraría seis meses.
Sería a fines de noviembre, cuando su presencia cobraría relevancia. Tras la denuncia de una vecina, que aseguraba que el ya mediano cánido se había comido a sus patos y cuyes, los periodistas llegaron a Sol Naciente para tratar de encontrarlo. La historia del ‘zorro vendido como perro’ ya acaparaba portadas nacionales e internacionales. En las redes era un furor. Tanto así que las autoridades de Serfor llegaron para dar con su paradero. No sería fácil, tuvieron que pasar casi diez días para que pueda ser atrapado con dardos tranquilizantes. Recién el pasado lunes fue trasladado al Parque de Las Leyendas.
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Run Run no podrá ser devuelto a su hábitat natural. Nunca conocerá los Andes, de donde fue raptado ni podrá regresar con Maribel. Su vida ha servido para llamarnos la atención sobre una triste realidad: como él, cientos de animales y aves silvestres son traficados. De acuerdo con Serfor, hay 442 especies traficadas diariamente en el Perú y 59 amenazadas. Entre el 2000 y el 2016 se decomisaron 66,937 animales silvestres vivos. La cifra puede ser más cruel: hasta 9 de cada 10 animales traficados mueren en el camino.
¿Por qué la vida del salvaje Run Run nos importa tanto? Quizás sea una forma de buscar redención por el enorme daño que le hacemos al ecosistema. Sufrimos una pandemia justamente porque en un contexto de explotación animal el virus habría saltado de un ejemplar silvestre a los humanos. No sabemos si finalmente Run Run ha sido salvado (¿el cautiverio lo es?), pero nos ha dejado una gran lección. Como si se tratase de un cuento, pero jamás fue ficción.
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