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“Cuando todos trabajan, yo descanso; cuando todos descansan, yo trabajo”. Esa es la premisa de mi ejercicio laboral; esa es la justificación mentirosa que mejor ha calzado para escaparme de reuniones familiares que no me interesaban, matrimonios, bautizos, velorios, fiestas bullangueras de cumpleaños y hasta de mi propio cumpleaños.
Hubo un tiempo en el que no podía estar ni conmigo mismo, y me costó mucho entender que desde ahí no estaba disponible para los demás. Me costó y nos costó, porque en el camino casi todos tomaron distancia (y los comprendo), pero también hubo algunos que tuvieron la delicadeza de preguntar y con ellos me he quedado. Con los que preguntaron qué te está pasando.
Los primeros creyeron que era la tele, la radio o los shows que se me habían subido a la cabeza. Alguien por ahí dijo “es la plata que cambia a la gente” y otros estuvieron más que convencidos de que yo era el ser más feliz de la tierra. “Pero no entiendo por qué está así si lo tiene todo”, pero nadie se acercó a preguntarme. Y repito, no me molesta, los entiendo.
Era un ritmo frenético. Llenar mis días de ocupaciones para no pensar, para no sentir, porque sentir me daba miedo, sentir me ponía triste, sentir me obligaba a resolverme, sentir significaba irme un ratito a la mierda. Un breve paseo por las profundidades de mis mambos y tomar la decisión de hacerme cargo de una vez por todas para dejar de quejarme. Resolverlos, reconocerlos, aceptarlos, darles un lugar y usando la palabrita de moda “sanarlos” de una buena vez.
Pero ¿qué es sanar? Sanar es tomar los hechos o las interpretaciones sobre los hechos y, desde ese momento, invitarlas a convivir conmigo. Vengan ustedes aquí a mi lado y les invito una tacita de café. A ver, vamos a conversar: ¿de dónde vienen?, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿qué sentí en ese momento?, ¿por qué lo sigo sintiendo?, ¿y ahora qué vamos a hacer con esto?, ¿por qué no los puedo soltar?, ¿qué activan en mí?, ¿se van a ir o no se van a ir?, ¿me peleo eternamente con ustedes o mejor nos amistamos y los acepto, cosa que, así cada vez que aparezcan, ya no me duelan tanto?, ¿me vuelvo a tomar pastillitas para dormir?, ¿ashwaganda?, ¿seguimos llenando el cuerpo de ansiolíticos?, ¿cambiamos o continuamos con el psiquiatra llenándonos de pepas que solo me sacan ronchas en el cuerpo hasta la próxima cita y buscar nueeeevamente el químico que nos caiga bien? O de una buena vez por todas nos vamos a resolver.
¿Y qué es resolver? Bueno, resolver es aceptar, es tomar por completo la popular frase “esto es lo que hay” y, a partir de ahí, con aquello que reconoces está existiendo ver la posibilidad de construir. La explicación corta ya la han resumido en “si solo hay limones, haz limonada”.
La agenda para no sentir comenzaba a las 6 de la mañana: programa de radio; al mediodía, por favor, consígueme un evento y, si es posible, otro para la hora del almuerzo y en la tarde tenemos ensayo del próximo show. En la noche, la tele y de jueves a sábado las presentaciones en el “Satchmo Café Concert”, donde todos van a cagarse de risa conmigo porque, además, soy un deslenguado descarado y de yapa digo algunas cosas que a muchos les gustaría pronunciar, pero no se atreven. ¿Eso me hace mejor persona? No lo sé, pero funciona mucho en el escenario y sí pues. Eso también soy.
¿Y los domingos no hay nada que hacer? Los domingos se duerme. Se toma una buena dosis de Dormonid. Por eso, cuando noto que alguien está así, yo no me atrevo a decirle absolutamente nada. “Ya te va a pasar”, “no te preocupes, eso nos pasa a todos”, “seguro es estrés porque estás con demasiado trabajo”, “ya pues deja de quejarte que otros ya quisieran tener lo que tú tienes”….y es verdad, seguro que sí, pero, como diría la letra de una canción de Luis Miguel pero con solo un ajuste en una palabra: “Tengo todo excepto a mí”. Hace unos días, una de las pocas personas de mi familia que aún me tiene fe me invitó a su casa, a un almuerzo familiar aprovechando el fin de semana de Fiestas Patrias y mi respuesta fue la misma de siempre: “No puedo, tengo show, tú ya sabes, yo trabajo cuando todos descansan”. Y es verdad. Este fin de semana que viene tengo show. Sábado 27 y domingo 28 de julio en el Teatro Canout. Pero, a diferencia de veces anteriores, en esta oportunidad no lo hago para escaparme de nada ni de nadie. Porque, por fin, desde hace un muy muy muy buen rato ya me encontré. Le he podido dar vuelta a la canción con letra cambiada y ahora vengo sintiendo y comprobando que “tengo todo y también a mí”.
Hoy me paro en el escenario de una manera diferente, no sé cómo explicarlo. Pero así es. Me paro lleno, feliz de verdad, feliz conmigo, me paro con muchísimas más ganas de dar que de recibir. Antes me paraba para recibir lo que yo mismo no podía darme; entonces el aplauso era una droga y necesitaba mi dosis diaria. Por eso me llenaba de trabajo. En cambio, hoy me viene ocurriendo algo completamente diferente.
Presentarme sigue siendo un placer pero más placentero se me está haciendo estar conmigo, estar con mi esposa, con mis hijos, estar y simplemente estar. Pasear en bicicleta, meditar en vez de pastillas, sentir y darle espacio a eso que se instala en mis emociones en ese momento y escuchar qué mensaje trae para mí. Disfruto el silencio, la introspección y la contemplación.
Entonces, lo que me ocurría antes con el público ha pasado de un “me cago de risa contigo, Galdós” a un “me has hecho sentir cosas, Galdós, y no he dejado de reírme contigo”. Yo ahora quiero que mis palabras acaricien desde el escenario, que convoquen, que te movilicen, que te hagan sentir, que te muevan la médula, que te conecten.
Estuve tanto tiempo desconectado de mí que, ahora que me he conectado, quiero también conectar a otros, conectarlos a ustedes, conectarte a ti contigo. Y aquel que los conecte gran conectador será. ¿Y cómo se logra eso? Pues muy simple: mostrándome, poniendo toda mi vulnerabilidad en el escenario, contando cosas desde la verdad, permitiéndome sentir. Sentir para hacer sentir. Darme para poder dar.
Una de las desconexiones más dolorosas es la que nos ocurre entre padres e hijos adolescentes. Es una etapa en la que nuestros hijos necesitan tomar distancia de mamá y papá para comenzar a conectar consigo mismos. Es una desunión temporal, que, si nosotros los papás no la acompañamos con maestría, pues puede convertirse en eterna. Como entenderán, si hay un tema que a mí me moviliza en la vida, es el de los vínculos. He estudiado a profundidad el universo adolescente, he conversado con muchos terapeutas y personajes que me parece han tenido una buena práctica con sus hijos; esas conversaciones decidí grabarlas y ponerlas en mi canal de YouTube (GaldosOficial, si cabe el cherry), y finalmente lo más importante: uso esa información para no desconectarme de mi hija y desde hace un buen tiempo la uso también para que no te desconectes tú de tus hijos. Vengo haciendo shows desde hace dos años y medio con esta temática: “Auxilio tengo un hijo adolescente”, “S.O.S. mi adolescente se enamoró” y este fin de semana será “Socorro vivo con un adolescente, manual de convivencia”.
Yo lo único que hago es transferir información partiendo de mi propia experiencia. Te cuento y resumo en el show lo que a mí me ha funcionado de todos los libros y conversaciones con terapeutas expertos en el tema. ¿Por qué funciona tanto mi propuesta? Por tres motivos muy poderosos. Primero, porque lo que digo es tal cual lo que nos ocurre y sentimos papás e hijos; es decir, les cae a todos y, por ende, en el acto todos se sienten identificados. Segundo, porque lo que te cuento lo hago desde la experiencia de ser padre de una adolescente hermosa que es mi hija y, aún amándola como la amo, a veces me dan ganas de meterla de cabeza al water.
Y, tercero, aquí lo más sólido e importante, porque mi vehículo para transferir toda esa información es el humor. Y aquí una yapa: además, los adolescentes escuchan a todo el mundo menos a sus padres, y en ese contexto yo me convierto en todo el mundo y, aunque no lo creas, me escuchan.
¿Qué es lo que pasa al final del show? Algo maravilloso, conectas con tu hijo, se abrazan, se ríen juntos de eso tan incómodo que están tramitando llamado vida, crecimiento, proceso, adolescencia.
¿Cómo lo sé? Pues lo vengo viendo desde hace dos años. Recibo todo el tiempo, todos los días, mensajes realmente hermosos de padres y madres en mi Instagram. ¿Y por qué no lo has visto en YouTube? Pues porque soy muy estricto con una regla antes de cada función: apaguen sus celulares. Te pido que no grabes nada de este show porque está de por medio la intimidad de mi hija y la de todos ustedes, porque en algún momento de la noche esto se va a transformar en una gran sesión, donde todos vamos a comenzar a reírnos mucho y también a sanar. Pero sobre todo vas a ver a tu hijo comenzar a entender que no es fácil ser papá, que ser padres es ser necesariamente incómodos; necesito ser incómodo en tu vida para que tú te decidas a tomar la tuya y despegues y vueles. Y de pronto ves cómo tu hijo te comienza a reconocer y tú también lo reconoces porque vas a entender que la adolescencia va de dar ese espacio para escuchar, validar y por qué no aceptar las diferencias.
Voy a hacer todo lo necesario para que logres dar el paso de papá directivo que solo da órdenes a papá entrenador que acompaña y logra enfocar en su adolescente el análisis de sus decisiones sin que le caigas pesado. Y todo esto, aunque no lo crean, gracias a que un buen día me hice cargo de mí, y desde ahí pude hacerme cargo de mi hija y desde el mismo lugar ahora me puedo hacer cargo de mi propósito aquí en la Tierra, que es “desde el humor transformar y encontrar todas las posibilidades para que conectes contigo y con los demás”. Te veo este sábado 27 y domingo 28 en el Teatro Canout, ve con tus hijos, te van a decir que no, negocia y llévalos, luego te lo van a agradecer. Entradas en Teleticket, “Socorro vivo con un adolescente”… ahí nos vemos para conectar.
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