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Pacificum

“El mensaje final de la película es urgente: la necesidad de crear reservas marinas es mucho más que un gesto, es saldar una deuda con nuestro mar”.

Imagen
Las diversas tomas aéreas al mar y sus especies impresionan en 'Pacificum' (Difusión).
Fecha Actualización
La mar es la madre de todos los seres, sus aguas son la sangre que fluye, sin ella no existiría la vida. Con esa metáfora, el documental peruano Pacificum, ya en cines, despierta nuestro sentido de reciprocidad con la principal fuente de vida del planeta. El filme, de factura cien por ciento nacional, ofrece al espectador un recorrido de la mano de cuatro especialistas en biología marina, arquitectura prehispánica, paleontología y avistamiento de cetáceos.
Se sabe más de la Luna y de Marte que del mar, a nivel mundial, donde la ciencia ha llegado a explorar solo el 5% de nuestros océanos. Pacificum nos recuerda algunas certezas imprescindibles sobre el mar peruano. El mar frío de Humboldt ocupa el 95% de nuestras aguas, riquísimas en anchoveta. El Pacífico Tropical, en el norte, representa solo el 5%, pero contiene al 70% de nuestra biodiversidad marina. Somos el país número uno del mundo en anchoveta, pero permitimos una sobreexplotación que está dejando sin alimento a mamíferos y aves. Los pelícanos son los nuevos mendigos de los puertos y los lobos de mar cada vez tienen que hacer viajes más largos para alimentar a sus crías, que esperan dos o tres días en la orilla, y muchas veces languidecen hasta morir. ¿Somos más importantes que ellos? No, pero además, a la larga, podríamos ser nosotros los que languideceremos por hambre. Son las consecuencias de haber perdido el sentido de reciprocidad con el mar. Dar y recibir.
Aun así, la vida se reinventa y, ahí donde encuentra una oportunidad, renace. El Perú se unió en 1986 al pacto mundial contra la caza de ballenas y desde entonces ha aumentado la población de jorobadas que viene a nuestras aguas del norte a reproducirse. Fósiles de delfines gigantes en el desierto de Ocucaje nos muestran un pasado fascinante, lo mismo que los templos precolombinos en Lima y la costa norte, donde los antiguos peruanos rendían tributo al mar que les daba de comer, cultivaban algodón para tejer sus redes, usaban calabazas como boyas, surcaban olas grandes en caballitos de totora. Poco queda de esa abundancia, pero estamos a tiempo de conservarla.
Las imágenes de Pacificum conmueven de tan bellas. Unas aéreas y otras subacuáticas, nos muestran un mundo de colores que creíamos exclusivo del Caribe. Peces y caballitos de mar de todos los colores, anémonas, ballenas cantando en danzas de apareamiento, y hasta corales. El mensaje final de la película es urgente: la necesidad de crear reservas marinas es mucho más que un gesto, es saldar una deuda con nuestro mar y, cómo no, con nuestra gastronomía. Por lo pronto, vayamos al cine, antes de que las gringadas de siempre la sumerjan en el olvido.
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