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Los austriacos vuelven a la carga

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Fecha Actualización
A JJ Garrido, economista de la escuela austriaca
Se denomina escuela austriaca a una corriente de pensamiento económico que se origina en Viena a finales del XIX con Carl Menger y cuyos máximos exponentes, más tarde, fueron Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. Bajo el credo del libre mercado, los “austriacos”, en general, no son partidarios de las políticas contracíclicas; hay un párrafo de Mises, en su libro La acción humana, publicado en 1949, que sirve de resumen apresurado para ilustrar su teoría sobre los ciclos económicos; dice lo siguiente: “No hay forma de evitar el colapso final de un ciclo alcista prolongado mediante una expansión crediticia artificial. La alternativa es si la crisis llegará antes, como resultado del abandono voluntario de dicha política, o después como catástrofe total y final del sistema monetario”.
La frase encaja como anillo al dedo al momento actual. Estamos en el undécimo año de una expansión económica artificial procurada casi exclusivamente por una gigantesca y continuada expansión del crédito por parte de los bancos centrales. Es el ciclo alcista más largo de la historia y también el más artificial. No parece que haya voluntad para detener el proceso, por lo que podría cumplirse la profecía de Mises de la catástrofe final. La conveniencia de aplazar decisiones difíciles evoca al joven San Agustín cuando rogaba al Señor que le diera la castidad, añadiendo “pero todavía no”.
Los bancos centrales han vendido la política de dinero gratis como un estímulo contracíclico necesario, pero, en realidad, la han convertido en una forma de vida que fomenta una mala asignación de recursos; las oleadas de inversiones resultantes de tasas de interés artificialmente bajas representa, según los austriacos, una patología de “mala-inversión”.
Una de cuyas manifestaciones es la proliferación de empresas zombis. Se define como tal a la empresa que, durante un periodo prolongado, registra una utilidad antes de intereses que es insuficiente para cubrir el pago de estos. El caso es que, desde el fin de la crisis 2008-09 hasta hoy y, según el BIS, el porcentaje de zombis en los EE.UU. se ha duplicado del 5% al 10% del total de las empresas que cotizan en bolsa. El porcentaje es similar en Europa y mayor en China. Los números suben si uno aplica la métrica más exigente del FMI, que las define como aquellas cuya utilidad-pre no alcanza para cubrir el doble de los intereses.
El crecimiento de la población de zombis financieros es un legado nefasto del torrencial de dinero con que los principales bancos centrales han chorreado los mercados de capital –unos 16 billones de dólares o 20% del PBI mundial entre 2008 y 2019– dando carta de naturaleza a la absurda idea de que el dinero gratis es inmortal. Se preocuparon solo del riesgo de deflación y dejaron de lado la escalada de riesgos financieros que, a la última, nos podrían llevar a una situación peor que la de 2008.
Cuando el financiamiento moviliza exclusivamente el flujo de ahorro genuino de particulares y empresas, y dicho ahorro se canaliza a tasas de interés realistas, las zombis se ven forzadas a reestructurarse o quebrar. En cambio, cuando los bancos centrales inflan la disponibilidad de dinero con emisiones, las zombis pueden sobrevivir sin ajustarse. Hasta que llega el “momento Mises” con la factura.
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