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Por el rey Arturo

Columna de Aldo Mariátegui

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Arturo Salazar Larraín publicó en el 2017 un libro sobre su amigo y maestro Jorge Basadre. (Comercio)
Fecha Actualización
No puedo escribir esta columna sin lamentar la reciente muerte de Arturo Salazar Larraín, uno de los últimos grandes del periodismo que se nos fue. En un país en que a menudo se ensalza por las nubes a recién fallecidos que no se lo merecen para nada, Arturo es una excepción. En él se combinaban decencia, un gran don de gentes, un buen humor perpetuo, una convicción política (liberalismo) nunca traicionada, mucha lealtad al jefe y amigo en los momentos difíciles (Beltrán), una voluntad de magisterio, un excelente castellano, conocimientos de economía (raro en el gremio) y de historia (fue secretario de Basadre) y valentía (esta última es una cualidad rara en un país donde prima la cobardía y la hipocresía). Esto último lo demostró con creces bajo la dictadura velasquista, a la que combatió sin cuartel, lo que le valió hostigamientos y deportaciones. Me hubiera gustado mucho trabajar con él, pero el muy juvenil aspirante a La Prensa se quedó sentado varias horas –con su saquito y su C.V.–, esperando en la rotonda de Letras de la PUCP a un amigo que iba a presentarle y que nunca se apareció (años después me iniciaría en “Oiga”, donde tenía una columna bajo el seudónimo “Patricio Brates”. Paco Igartúa no supo de mi identidad hasta después de publicarme varios artículos porque le había gustado ese anónimo. Solo el recordado Pedro Planas sabía. No quise comenzar escribiendo y que digan que solo me publicaban por mi apellido. Brates apellidaba una exnovia judía rumano-argentina y Patricio me parecía un nombre interesante). Felizmente para todos, Arturo nos ha dejado a su hijo Federico como relevo. En Federico se junta el periodista y el intelectual. Sus sesudas y críticas columnas son un oasis en este mediocre desierto oficialista, “políticamente correcto” e izquierdista que asfixia. Federico, estate siempre muy orgulloso de tu viejo.
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