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[OPINIÓN] Andrés Romaña: “Chile y cuatro años perdidos”

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Foto por Folleto / Presidencia de Chile / AFP
Fecha Actualización
Tras cuatro años de caos, los chilenos rechazaron por segunda vez cambiar la Constitución que más progreso y desarrollo le dio a Chile en toda su historia.
En 2019 salieron a marchar jóvenes que decían ser víctimas de un modelo opresor, desigual y machista. Tan desigual y machista que una mujer de izquierda fue dos veces presidenta en menos de 10 años y la pobreza en 2019 apenas llegaba a 6.5%.
Recuerdo que visité Santiago en 2018, un año antes del estallido delincuencial, y quedé realmente impresionado por el progreso que había en nuestro vecino del sur. Una ciudad moderna, limpia y ordenada. El milagro sudamericano era eso, un milagro.
Regresé a Chile para el Año Nuevo 2020, cuando ya había ocurrido la hecatombe. Volví a Santiago y encontré otra ciudad. Atrás había quedado el progreso que se respiraba tan solo pisar el aeropuerto. Ahora, todos los comercios protegían sus ventanas y entradas con placas gigantes de metal, parecía un país en guerra. Las paredes de varias calles pintadas con frases alusivas a un cambio de Constitución, insultos hacia carabineros y otros improperios. El clima que se respiraba ya no era de paz y progreso, sino de tensión y caos.
Recuerdo que conversé con un chileno joven de nivel socioeconómico alto que había apoyado las protestas. “Es la única forma de que los escuchen”, me dijo justificando los desmanes de los vándalos. Además, se mostró a favor del cambio de Constitución. “Somos el único país en el que el agua es privada, ¿cómo es eso posible?”, me dijo. A lo que yo le pregunté si el agua era cara. “No sé”, me contestó. Según datos oficiales, la cobertura de agua potable en Chile, manejada por los privados, es superior al 99%.
El modelo chileno podrá ser perfectible, pero no es el monstruo causante de desgracias como la izquierda le hizo creer a una juventud que se siente merecedora de todo. La lección de Chile es que no hay que ser mezquinos con el progreso, porque cuesta mucho conseguirlo y es muy fácil perderlo.